domingo, 17 de noviembre de 2013

Realmente las mujeres hablan más que los hombres?


La diferencia es casi insignificante, como en el caso de otros mitos.

Claudia Hammond
Columnista, BBC Future



Las mujeres utilizan una media de 20.000 palabras al día, en comparación con las meras 7.000 que los hombres pronuncian.
Al menos esa es la afirmación de una serie de libros de autoayuda y de ciencia popular. Citada por expertos aparentemente autorizados y ampliamente divulgada, es una declaración que refuerza el estereotipo de que sexo débil se pasa sus días chismoseando, mientras que los estoicos hombres están haciendo lo que sea necesario, sin rechistar.
Pero, ¿qué tan cierta es esta impresión?
La locuacidad puede medirse de varias maneras. Se puede llevar a la gente a un laboratorio, darle un tema de discusión y grabar las conversaciones. O se puede intentar que graben sus conversaciones cotidianas en el hogar. Se puede contar el número total de palabras habladas, el tiempo que la persona pasa hablando, el número de veces que un individuo participa en una conversación o el promedio de palabras pronunciadas en cada turno.
Combinando los resultados de 73 estudios de niños, un grupo de investigadores estadounidenses hallaron que las niñas dijeron más palabras que los niños, pero la diferencia era insignificante (1). Además, esta pequeña diferencia era sólo aparente cuando hablaban con los padres, no con sus amigos.
Quizás lo más significativo que se observó fue que esto sólo ocurría hasta la edad de dos años y medio, lo que significa que podría simplemente reflejar las diferentes velocidades en las que los niños y niñas desarrollan las habilidades del lenguaje.
Así que no hay mucha diferencia entre los niños pero, ¿qué pasa con los adultos?

Cuando somos grandes

Cuando Campbell Leaper, el psicólogo de la Universidad de California que encontró la pequeña diferencia en los niños pequeños, Santa Cruz, llevó a cabo un metaanálisis sobre el tema, descubrió que eran los hombres los que más hablaban 
Sorpresa! Ellos hablan más.
Pero, nuevamente, la diferencia era pequeña.
Fue notable también que en los estudios hechos en laboratorios, en los que se les daba temas específicos para discutir a pares o grupos de personas, las diferencias encontradas eran más marcadas que en las pruebas realizadas en entornos más reales. Esto sugiere que quizás los hombres se sienten más cómodos en entornos inusuales como los de un laboratorio.
Los hallazgos de Leaper apoyaron una revisión de 56 estudios realizada por la investigadora lingüística Deborah James y la psicóloga social Janice Drakich publicada en un libro de 1993 sobre los estilos de conversación de ambos sexos (3).
Sólo dos de los estudios hallaron que las mujeres hablan más que los hombres, mientras que 34 de ellos mostraron que los hombres lo hacían más que las mujeres, al menos en algunas circunstancias, aunque inconsistencias en la forma en que los estudios habían sido realizados hicieron que fuera difícil comparar.

Afuera del laboratorio

Las conversaciones de la vida real han sido tradicionalmente las más difíciles de estudiar debido a la necesidad de que los participantes registren todas sus conversaciones.
Sin embargo, el psicólogo James Pennebaker, de la Universidad de Texas, Austin, desarrolló un dispositivo que graba 30 segundos de fragmentos de sonido cada 12,5 minutos. La gente no puede apagar el EAR (siglas en inglés para grabador electrónicamente activado), por lo que produce una muestra más fiable de lo que realmente está sucediendo.
En una investigación publicada en la revista Science en 2007, Pennebaker encontró que en las 17 horas de vigilia del día, las mujeres que participaron en el estudio en Estados Unidos y México pronunciaron un promedio de 16.215 palabras y los hombres, 15.669. Una vez más, una diferencia insignificante (4).
Por otro lado, es necesario recordar que no todas las conversaciones son del mismo tipo. Tal vez lo que importa es quién está escuchando.
Un análisis de un centenar de reuniones públicas realizado por Janet Holmes de la Universidad Victoria de Wellington, Nueva Zelanda, mostró que los hombres hicieron, en promedio, el 75% de las preguntas, aunque constituían sólo dos tercios de la audiencia.
Incluso cuando las audiencias estaban igualmente divididas en términos de género, los hombres formulaban casi dos tercios de las preguntas (5).


Más parecidos de lo que se piensa


A pesar de todas las pruebas de lo contrario, parece que estamos aferrados a la idea de que las mujeres hablan más.

De hecho, es uno de los muchos aspectos de la vida en la que asumimos que hay diferencias significativas entre los sexos, pero cuando se toma en cuenta la evidencia de la investigación, los hombres y las mujeres son mucho más similares de lo que a menudo se cree popularmente.

Cuando los investigadores informaron a principios de este año que las niñas de cuatro años de edad tenían en un área particular del cerebro un 30% más de una proteína que se piensa que es importante para la adquisición del lenguaje, algunos sectores de los medios populares se apresuraron a interpretar esto como prueba de que las mujeres no pueden quedarse calladas.
De hecho, el estudio no nos dice nada acerca de las mujeres o los hombres (6). Los principales participantes fueron crías de rata, aunque diez niños y niñas también fueron examinados. Incluso los propios autores advierten en contra de hacer interpretaciones ligeras, señalando que aún no se ha estudiado si las diferencias humanas en las cantidades de esta proteína pueden explicar la diferencia en las habilidades lingüísticas.

De dónde viene el mito

Entonces, ¿de dónde viene la idea de que los hombres pronuncian 7.000 palabras al día frente a las 20.000 de las mujeres?
La afirmación apareció en la cubierta de la pasta del libro "El cerebro femenino", escrito en 2006 por Louann Brizendine, neuropsiquiatra de la Universidad de California en San Francisco, y ha sido ampliamente citada.
Cuando Mark Lieberman, profesor de lingüística en la Universidad de Pennsylvania, cuestionó el uso de esas cifras, que parecían estar vagamente basadas en unos números aparecidos en un libro de autoayuda, Brizendine estuvo de acuerdo con él y se comprometió a eliminarlas de futuras ediciones.
Lieberman trató de rastrear el origen de los datos estadísticos (7), pero tuvo poca suerte: sólo encontró una afirmación similar en un folleto de orientación matrimonial de 1993, que está lejos de ser el estándar de oro de la evidencia científica.

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