martes, 19 de noviembre de 2013

Muere Srdja Popovic, defensor de los derechos humanos en Serbia

Durante cinco décadas impulsó la democracia en su país, primero en la Yugoslavia de Tito y luego frente a la autocracia de Milosevic



El abogado serbio defensor de los derechos humanos Srdja Popovic, fallecido a finales del mes pasado a los 76 años, creía con pasión en el derecho como piedra angular de cualquier democracia. Para él, Serbia tenía que arreglar cuentas con los crímenes que se habían cometido en su nombre antes de ser plenamente democrática.
En los años setenta y ochenta, antes de la implosión de la Yugoslavia de Josip Broz Tito, defendió a figuras entre las que se encontraban desde el futuro primer ministro serbio Zoran Djindjic —por intentar organizar un movimiento estudiantil de oposición— hasta el futuro chetnik y señor de la guerra ŽZeljko Raznatovic, Arkan. Se hizo tan incómodo al Gobierno que durante un año se le prohibió ejercer ante los tribunales.
A finales de los ochenta, Popovic llegó a ser un símbolo de las fuerzas de oposición a Belgrado, aunque nunca militó en un partido político y rechazaba la etiqueta de “disidente”. Lanzó una campaña de defensa de los estudiantes albaneses que se manifestaban pacíficamente en Kosovo cuando el Gobierno sacó los tanques contra ellos. La lucha por una resolución justa del “problema kosovar” —las tensiones entre Serbia y Kosovo por el encaje de este último dentro de Yugoslavia— sería una de sus mayores preocupaciones.
En 1990, horrorizado por el nacionalismo exacerbado del régimen de Slobodan Milosevic y por el apoyo popular del que disfrutaba, Popovic fundó el semanario Vreme (Tiempo), que durante décadas fue una de las principales voces independientes del país.
Aunque en 1991 Popovic se estableció en Nueva York, siguió en estrecho contacto con los acontecimientos en Serbia. En septiembre de 1993 firmó la carta abierta que un centenar de personalidades, a iniciativa del poeta Joseph Brodsky, dirigieron al presidente Bill Clinton, en la que le pedían que ordenara bombardeos selectivos contra objetivos militares serbios para contener la intervención de Belgrado en Bosnia. Aunque esta actuación le supuso ser calificado de “traidor a la patria”, en 1999 manifestó abiertamente su apoyo a los bombardeos de la OTAN para detener la campaña de limpieza étnica serbia en Kosovo, acción que posibilitó el surgimiento del actual país independiente. Cuando Milosevic cayó, en 2000, Popovic regresó, pese a que él no pensaba que la caída del hombre fuerte hubiera supuesto el fin de su régimen.
Popovic era inflexible en dos cosas. En primer lugar, consideraba que era Serbia la principal responsable de la destrucción de Yugoslavia. Las guerras de 1991-1995 no fueron un enfrentamiento civil, sino, “desde el principio, un conflicto internacional, porque Serbia, según su propia constitución, se convirtió en un Estado independiente a partir del 28 de septiembre de 1990, es decir, nueve meses antes de la declaración de independencia de Eslovenia y Croacia”. Hablar del “separatismo” croata era pura retórica.
En segundo lugar, pensaba que era necesaria una catarsis nacional, por lo que pasó sus últimos años tratando de elucidar el trasfondo político del asesinato de Djindjic en 2003. Djindjic se había convertido en primer ministro dos años antes y Popovic le creía capaz de llevar a Serbia en la dirección adecuada. Este compromiso le llevó a rechazar la idea de que el presidente Boris Tadic (2004-2012) mereciera apoyo político como mal menor en las elecciones de 2012; no podía perdonar a Tadic el haber bloqueado las pesquisas entre las figuras políticas de alto nivel asociadas con el anterior presidente, Vojislav Kostunica, en relación con lo que él consideraba no un asesinato, sino un intento de golpe de Estado. Kustunica negó siempre cualquier implicación en el asunto.
© Guardian News & Media 2013.

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