Es la referencia espiritual del barrio de Bañado Sur y ha sido candidato al Nobel de la Paz
Tiene 86 años y llegó hace 50; ha vuelto tras pasar por Argentina, Ecuador y Nicaragua
Creó la carrera de Periodismo, tiene una columna de periódico y dos programas de radio
- Una periodista de ELMUNDO.es se adentra, de la mano del jesuita Francisco Oliva, en uno de los barrios más pobres de la capital paraguaya para convivir con sus habitantes y conocer sus problemas. Los textos que siguen a continuación son un reflejo de la experiencia personal de la redactora, involucrada con la vida y la lucha de esos paraguayos sumidos en el corazón de la pobreza.
Hace tres días que llueve sin parar en Asunción. El jesuita Francisco Oliva, conocido por todos aquí como Paí (padre en guaraní) Oliva, está preocupado por las personas que viven en el Bañado Sur. Las goteras de estas viviendas que parecen de papel son grandes y muchas, pero mojarse no es lo peor; lo peligroso son las posibles inundaciones.
La construcción del barrio en zonas pantanosas, alrededor del río, convierte el agua en una amenaza constante. "¿Ves esa zona verde?", dice señalando con el dedo a lo lejos, "es una laguna. Todas las casas construidas aquí son fruto de una lucha del pueblo contra el terreno. La gente va colocando escombros y sobre ellos levanta sus casas". Paí Oliva se toca la frente cuando habla de los problemas del Bañado, de su gente, de su pueblo, como si tocando esa parte de la cabeza pudiera encontrar las soluciones que tardan en llegar.
Hace un par de semanas se cumplieron 50 años de la llegada de este hombre a Paraguay. El día que llegó también llovía a cántaros. "Parecía como si los bomberos se hubieran dejado la manguera abierta", explica riéndose, y cuando lo hace se le iluminan los ojos azules como si fuera un chiquillo travieso de siete años. Aterrizó en este país en plena dictadura de Alfredo Stroessner. Daba clases en la Universidad Católica, donde creó dos años después de llegar la carrera de Periodismo y Comunicación, y su defensa de la libertad, de la democracia, de los derechos humanos y, por encima de todo, de los pobres comenzaron a traerle problemas desde el principio.
Pero quizás lo que hasta el día de hoy le sigue generando más problemas es que no tiene pelos en la lengua. Así lo expulsaron de Paraguay poco después de conseguir la nacionalidad paraguaya y vivió en el exilio durante más de 27 años. Eso sí, defendiendo los mismos valores de siempre y en consecuencia con problemas similares.
A sus 86 años, se levanta todos los días a las 4.30 de la mañana y a las 5 ya está sentado en su despacho "pensando y creando", como dice él mismo. Le pesan las piernas al caminar y le da rabia -no quiere usar bastón hasta los 90 porque "el cuerpo se acostumbra y es peor"- porque el Paí Oliva no quiere correr, quiere volar. Maneja las nuevas tecnologías con soltura y pregunta curioso por aquellas aún no conoce. A veces habla de lo que será cuando el hombre consiga inventar el teletransporte y podamos movernos a cualquier parte del mundo en unos segundos.
Esa inteligencia, lucidez y capacidad para analizar la realidad de este país a nivel político y económico quedan plasmadas en lacolumna diaria que publica en el periódico 'Última hora' y en suprograma de radio 'Ríos de palabras', que se emite de lunes a viernes. Los sábados participa en otro espacio llamado 'Buenos días, Paraguay'.
Oliva, oficiando una misa en Asunción. Y. JIMÉNEZ
Por estos cauces defiende con uñas y dientes las necesidades del Bañado, englobándolo todo en un intento por conseguir justicia con un cambio en la política nacional. Para este jesuita, "el periodismo tiene una misión brutal". Puede ser una herramienta fundamental para mejorar este mundo. Al menos para él, que no tiene miedo a decir lo que piensa. En otros medios está más difícil: "Hoy las empresas se han comido al periodismo".
Me gusta caminar al lado del Paí. Avanza despacio, me habla de vez en cuando y me da tiempo a asimilar y reflexionar sobre sus palabras. Su vida entera -sembrada de millones de anécdotas- ha estado dedicada al otro, al que tiene al lado. Aunque no lo hace de cualquier forma. Lo descubro una noche mientras cenamos y charlamos sobre las contradicciones del ser humano. La conversación deriva hacia la maldad de algunos hombres -dictadores incluidos-, sus motivaciones para actuar y la discusión termina con una sencilla pregunta de él: "¿No serías capaz de amarlos?". No sé qué contestar. Supongo que mi forma de entender al ser humano está más limitada y sin el apoyo -en este caso fundamental- de la vocación y la fe.
Lo echaron de Asunción y se instaló en Argentina, donde ayudaba a los inmigrantes. Ahí estuvo nueve años, hasta que acorralado por otra dictadura tuvo que salir. Su siguiente destino, Ecuador, fue una experiencia breve de ocho meses. Cayó en Nicaragua un mes después del triunfo de la revolución sandinista y se quedó siete años viviendo y trabajando con campesinos y ganaderos. Le dio tiempo también a crear una revista, 'Envío', que sigue publicándose hasta el día del hoy. Después pasó por Huelva otros 10 años hasta que por fin pudo hacer lo que más deseaba: regresar a su Paraguay, el país que lo adoptó. "Pero yo trabajaba igual de duro en todas partes, aunque soñara con regresar", me aclara muy serio, como si pudiera poner en duda su capacidad de trabajo por un deseo.
Sin excepciones
Recuerda pedazos de su vida mientras caminamos por las calles del Bañado y nos interrumpen a cada paso. Aquí lo para un hombre, allí una mujer, los niños le dan los buenos días o las buenas tardes con gritos de alegría. No recuerda el nombre de todos, pero sí su situación personal y su problema concreto, si ya se solucionó o si está pendiente.
En sus misas -innovadoras, adaptadas a los tiempos que corren- conecta con la comunidad recordando sus necesidades y dando gracias por sus logros. Cuando regresó a Paraguay después del exilio su empeño fue meterse entre los más pobres, vivir entre ellos. Su objetivo: mejorar sus vidas.
Y mucho han cambiado las cosas desde que él está de vuelta, hace 15 años. Se construyeron tres puentes sobre este río inmundo que han conectado las comunidades y han mejorado su calidad de vida;impulsó un centro de día para ancianos que supone también facilitarles una comida al día; impulsa la solidaridad entre los vecinos, lo que ha permitido que funcionen proyectos como la 'olla comunitaria', lo que da de comer a muchos niños y familias; en el centro que dirige, Mil Solidarios, se refuerza la educación de los jóvenes y se ofrecen becas para la universidad...
Y así muchas pequeñas cosas que hacen al barrio más grande. Y sin embargo, no es ése su trabajo fundamental. Paí Oliva les enseña a luchar por sus derechos, les muestra herramientas y formas de organizarse para reclamar lo que es suyo, lo que es justo. Les ha devuelto la esperanza y la capacidad de soñar, mientras él sueña también con ellos y se decepciona cuando dan un paso atrás.
Vivo con él y compartimos, a petición mía, todas las horas que le permite su apretada agenda. Vine a conocerlo y cada minuto a su lado me va revelando quién es este hombre. Los que le rodean creen que es un líder nato, "sabe guiar con luz a su pueblo"; otros lo ven como "una inspiración y un motor para seguir mejorando". Además, Oliva provoca, propone, revoluciona y cambia vidas. En el Bañado dicen: "El Paí fue quien nos ayudó a abrir los ojos, a ponernos de pie y abrir la boca por primera vez en nuestras vidas".
Un ser excepcional y no sólo por esa forma de entender el mundo y de ver a los demás -con una sensibilidad que a veces lo desborda-, sino también por ser capaz de vivir acorde con lo que predica, tan difícil en la posición en la que se encuentra. Fue presentado comocandidato al Premio Nobel de la Paz; su opinión es tan importante que en situaciones puntuales se ve obligado a moverse con escolta; su influencia asusta a algunos y atrae a otros hasta el punto de verse metido en todos los berenjenales políticos que se cuecen en el país. Pero él sigue siendo ese hombre sencillo que recibe en su casa de la misma manera a un ex ministro que a un vecino del Bañado prácticamente desnudo por la pobreza. En su casa todos somos exactamente iguales. Sin excepciones.
Poco antes de sentarme a escribir estas líneas, meriendo con el padre. Aún llueve en Asunción y él continúa pensando en su gente. "Hay que hacer muchas cosas todavía", comenta y se pasa otra vez la mano por la frente. A este hombre parecen no haberle pasado factura las caídas, los obstáculos y esos fracasos que desgastan casi sin darnos cuenta esos anhelos de justicia social. Pero él mismo me explica que "con los años los golpes, como los huesos, duelen más". Pese a todo sigue viendo resultados a su trabajo imparable, y él continúa pensando en su país adoptivo, aunque esté "jodido". Porque con casi nueve décadas a cuesta, vive todavía acorde a una única idea: otro Paraguay es posible.
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YASMINA JIMÉNEZAsunción (Paraguay)
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