jueves, 25 de julio de 2013

Cambios / Juan José Millás

Llevaban veinte años durmiendo cada uno en el mismo lado de la cama, cuando una noche, entre sueños, ella ocupó el sitio de él y él el de ella. Para los dos resultó una novedad enfrentarse al cónyuge por un costado diferente al habitual. De hecho, el otro no parecía el cónyuge, sino un intruso que resultaba al mismo tiempo sorprendentemente familiar, como si se hubieran conocido en otra vida, o quizá en otro idioma. Esa madrugada hicieron el amor con una torpeza morfológica llena de hallazgos sintácticos, de manera que al levantarse decidieron extender el cambio a los otros ámbitos de la existencia. Así él comenzó a ponerse a la izquierda de ella en la mesa y a su derecha en el sofá. En el coche, que habitualmente conducía él, la mujer ocupó el lugar del conductor.

Este mínimo cambio geográfico modificó sus vidas, haciéndoles tomar conciencia de unos territorios corporales inéditos. Entre tanto, sus fantasmas, abandonados en los lugares primitivos, continuaron relacionándose con la rutina anterior. Mientras ellos se abrazaban, en fin, con la extrañeza de dos adúlteros, sus espíritus continuaban jugando al matrimonio, de modo que en seguida devinieron en cuatro individuos, dos reales y dos imaginarios. Iban juntos a todas partes, con las posiciones respectivas invertidas, como la imagen que devuelve el espejo. En los restaurantes, aunque sólo reservaban mesa para dos, se sentaban en realidad cuatro y se pasaban la cena discutiendo sobre las ventajas de la rutina frente a las de la novedad sin ponerse de acuerdo.

Transcurrido el tiempo, regresaron por nostalgia a los lugares de siempre, encontrando sus huellas como las habían dejado. En seguida, volvieron a ser dos, y a veces, cuando imaginaban la posibilidad de ser otra vez cuatro, sentían una pereza enorme.


Óleo de Nicoletta Tomas Caravia

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