Entrevista con el escritor mexicano Yuri Herrera.
Fuente: Revista Ñ
Hablar de México. Yuri Herrera usa la atmósfera del miedo a la gripe A como metáfora política. /AFP
“-Señor, yo pensé... -¿De dónde sacaste que podías pensar? ¿De dónde? Tú eres un soplido, una puta caja de música, una cosa que se rompe y ya, pendejo.” Hablan, es claro, un poderoso y uno que está bajo su dominio. Un jefe, el Rey, un narco mexicano, y un empleado, el Artista, que forma parte de la corte del narco y compone corridos casi épicos sobre sus aventuras. Por cosas como estas, la reflexión en torno al poder, la lengua materna dándole aliento a todo el texto, la novela entera deslumbrando, uno le entra a un autor. El autor, acá, es Yuri Herrera (1970), prestigioso escritor que ha publicado tres novelas. La del Artista se llama Los trabajos del Reino.
Antes había publicado Señales que precederán al fin del mundo. Y este año, La transmigración de los cuerpos, que crea un escenario medio de fin del mundo: la gran urbe vacía. Una epidemia obliga a la población a quedarse en sus casas. Pero el Alfaqueque, un héroe de multiforme ingenio, como Odiseo, saldrá. Primero al pasillo y eso le permitirá acceder a la intimidad de la Tres Veces Rubia, una mujer inalcanzable para un hombre común. Y después a la calle vacía: ahí hará lo que sabe, hablar. Usar la lengua y la palabra para mediar entre dos grupos violentos. Suena tremendo pero no se asuste, lector: también lo atraviesan unas cuantas carcajadas. Desde su casa, en Estados Unidos, Herrera habló conClarín.
–Tus novelas cuentan, desde puntos de vista diversos, la violencia. ¿Por qué?
–No es parte de un plan. Tiene que ver con ciertos problemas que me preocupan y ciertas historias que me parece que vale la pena contar, en las cuales la violencia está presente. Pero tampoco diría que “la violencia” es el tema central, sino que es un ingrediente que afecta muchos otros temas, como sucede tan a menudo ahora en México.
–Cultivás un castellano bien mexicano, pese a que en términos de mercado es más productivo un lenguaje más neutro.
–Para mí es un principio básico a la hora de escribir: encontrar la palabra precisa en términos de cómo ésta se acerca a tu manera de mirar y reconstruir el mundo. Y para hacerlo hay que acudir a la lengua que aprendemos en los libros tanto como a la que tenemos a la mano, en la calle, o la que parece estarse perdiendo y que por alguna fortuna recuperamos. Y jugar con toda esa herencia en historias en las que estas palabras venidas de distintas partes y tiempos cobran nuevos significados.
–Vivir en Estados Unidos, ¿afecta de algún modo tu lenguaje y tu percepción de tu país?
–Bueno, casi todas mis clases las doy en español y la mayoría de mis lecturas son en español, pero estar en una ciudad donde hay pocos hispanohablantes te contagia cierto ritmo, y también te acercas a tu propia lengua con otro asombro. Paso mucho tiempo en México, así que no he tomado tanta distancia. Si acaso, al volver vuelvo a reparar en cosas a las que a veces con la cotidianeidad uno se acostumbra: la corrupción rampante, la explotación infantil, el acoso a las mujeres en la calle.
–Ese DF vacío de tu última novela, parece aún más pesadillesco y violento que el DF atestado.
–Es una novela que había comenzado a pensar hace años, y aunque la ciudad que me sirvió como modelo es Pachuca, donde crecí, también hay elementos de la Ciudad de México. Entre otras cosas porque, cuando estaba planeando la novela, había yo regresado a vivir ahí y me tocó todo el episodio del virus AH1N1. Fue una época terrible para mucha gente, pero al mismo tiempo fue fascinante, la ciudad paralizada, casi desierta, todo mundo tapándose la boca y cuidándose de no estornudar para no provocar el miedo y las reacciones de los demás. Esa atmósfera sí quise recrearla en la novela, que trata sobre las decisiones que tiene que tomar un hombre que no quiere salir de su casa pero que no tiene de otra más que salir. Y en ese trance tiene que proteger al menos un cuerpo, en un momento en el que los cuerpos, de los vivos y los muertos, parecen desechables.
–Transmigración hace pensar en milagro, aquí se trata apenas de un intercambio de cadáveres. ¿Habla eso de tu país?
–No habla literalmente de la situación política, pero sí del modo en que en México se ha extendido el miedo, la desconfianza, y cómo les hemos perdido el respeto a los muertos. La manera en que permitimos que los muertos sean utilizados como recado entre criminales o como desecho industrial es algo que hace aún más grave la violencia.
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