jueves, 17 de julio de 2014

Así viví la caída de Somoza, el "día de la alegría" en Nicaragua


Arturo Wallace
BBC Mundo

Hace 35 años que en Nicaragua el 17 de julio se conoce como "el día de la alegría".
La razón: fue la fecha de 1979 que el entonces presidente Anastasio Somoza Debayle eligió para abandonar el país definitivamente.


(El monumento ecuestre a Somoza fue derribado dos días después de que el último presidente de la dinastía huyera de Nicaragua.)
Salió de madrugada, en un avión en el que, según la leyenda, también transportaba buena parte del tesoro nacional y los restos mortales de su padre y su hermano.
Caía así la brutal dinastía familiar que por más de 40 años había controlado con puño de hierro los destinos de los nicaragüenses.
Con su huida, "el último de los Somoza" confirmaba además el inminete triunfo de la revolución sandinista, que se oficializaría dos días más tarde con la entrada de las primeras columnas del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) a Managua.
Curiosamente, mi memoria de niño de seis años no conserva imágenes de ese 19 de julio. Pero sí del "día de la alegría".
Un poco como si hubiera decidido quedarse con el recuerdo –o la ilusión del recuerdo– del que indiscutiblemente es uno de los días más felices en la historia de Nicaragua.

"El caballo de Somoza"

La noticia –creo– me la dio mi madre, en el cuarto principal de la casa a la que nos habíamos mudado para escapar de los bombardeos de los últimos días de "la ofensiva final".
O, por lo menos, tengo muy vivo el recuerdo de su abrazo emocionado, de una transmisión de radio y de vivir entonces, por primera vez, esa sensación de estar asistiendo a un momento inconmensurable.
En mi memoria, sin embargo, la escena se junta con la del derribo de la estatua del primero de los Somoza que en realidad, indican los registros históricos, se produciría dos días más tarde.
Pero a pesar de saberlo mis mezclados recuerdos se mantienen tercos.
Tal vez porque, como ya explicó García Márquez, "la vida no es lo que uno vivió sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla".
Pero volvamos a la estatua.
El "caballo de Somoza", como la llamaban con sorna los habitantes de la capital, era un gigantesco monumento ecuestre del fundador de la dinastía –Anastasio Somoza García– que se alzaba frente a la entrada principal del Estadio Nacional, cerca del centro de la vieja Managua.
Tras la huida de su hijo "Tachito", los nicaragüenses no tardaron casi nada en tirarla al suelo, como años después harían los habitantes de Europa Oriental con las estatuas de Lenin y, después de ellos, los pobladores de Irak con las efigies de Saddam Hussein.
En un país de poetas, la escena ya había sido prefigurada por Ernesto Cardenal en su epigrama "Somoza develiza la estatua de Somoza en el estadio Somoza", publicado en 1961.
"No es que yo crea que el pueblo me erigió esta estatua / porque yo sé mejor que vosotros que la ordené yo mismo. / Ni tampoco que pretenda pasar con ella a la posteridad / porque yo sé que el pueblo la derribará un día", se lee en el poema.

"El día más feliz"

35 años después de cumplida la profecía de Cardenal, la también poeta Daysi Zamora, quien para entonces engrosaba las filas del FSLN, recordó para la BBC sus sensaciones de aquel 17 de julio de 1979.
"El día que Somoza se fue yo estaba en Radio Sandino (la emisora clandestina del FSLN), en Costa Rica. Uno de los compañeros llegó corriendo y gritando que Somoza había huido, que habíamos ganado la guerra. Fue el día más feliz de nuestras vidas", le contó Zamora al programa Witness ("Testigos") de la BBC.
Empezamos a saltar, a bailar, felices, riéndonos como locos con la noticia. Fue un momento de gran emoción, felicidad y confusión. No podíamos creerlo", recuerda.
Junto con el resto del equipo de Radio Sandino Zamora regresaría inmediatamente a Nicaragua para contar los primeros días "del triunfo".
Y su descripción de esos momentos ciertamente coincide con mis recuerdos de infancia.
"Recuerdo los primeros días después de la caída de Somoza: la felicidad de la gente, todo el mundo parecía feliz. Había mucho desorden, todo el mundo hacía lo que quería, era muy caótico, pero todos estábamos emocionados", rememora la poeta.
"Había mucha destrucción pero también un sentimiento de liberación de libertad. Sentíamos que había mucho por hacer, no podíamos esperar a empezar a reconstruir, como si fuera el primer día de la creación, había que empezar prácticamente de cero", agrega.

El turno de Sandino


Ese afán reconstructor, sin embargo, no tocaría el pedestal vacío enfrente del estadio que permanecería así por décadas, tal vez como un poderoso recordatorio de que en aquella Nicaragua ya no había lugar para algo semejante
Los restos del "caballo de Somoza" –sus cuartos traseros, para ser exactos– sólo volverían a ser exhibidos públicamente décadas más tarde, luego de la apertura del parque histórico "Loma de Tiscapa", donde todavía se conservan.
En noviembre de 2008, sin embargo –dos años después del regreso del Frente Sandinista al poder que perdió en las urnas en 1990– el lugar de la estatua ecuestre de Somoza pasó a ser ocupada por otra de Augusto C. Sandino.
Y aunque en esta versión el "general de hombres libres" –quien en la primera mitad del siglo XX combatió la intervención estadounidense en Nicaragua para convertirse en un símbolo de lucha anti-imperialista en todo el continente– no monta un poderoso caballo sino una humilde mula, muchos vieron en el nuevo monumento un mal presagio.
El tema es que muchos nicaragüenses –incluyendo varios de sus viejos compañeros de lucha– sienten que el presidente sandinista Daniel Ortega cada vez se parece más al Somoza derrocado hace 35 años por su movimiento, concentrando cada vez más poder en una familia cada vez más rica y manejando el país como si se tratara de su casa.
Muchos otros rechazan la comparación y, al menos por el momento, Ortega todavía no se ha hecho erigir una estatua.
Pero la estatua de Sandino sobre mula, sin embargo, significa que el pedestal vacío ya no está ahí, para dar testimonio de aquella gesta.
Para servir, por si acaso hiciera falta, de permanente advertencia.








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