jueves, 10 de julio de 2014

Chucho Valdés: “Solo hay dos tipos de música: la buena y la mala”


El músico presenta su último disco 'Free-Border' en los Veranos de la Villa de Madrid



Ya en la escuela, era irse al baño la maestra y ponerse a enredar.
—¿¡Qué estás haciendo!?
—Pero, profesora, mira lo bien que suena Mozart con ritmos cubanos.
Chucho Valdés (Quivicán, Cuba, 1941) recuerda entre risas cómo empezó todo. Y cómo ha seguido, en definitiva. “Es lo que he hecho siempre, lo que realmente me gusta. Tomar elementos de uno y otro sitio y crear cosas nuevas con ellos. Al principio lo hacía como un chiste, pero poco a poco me fue agradando cada vez más, fui entrando en los ritmos e instrumentos que dejaron como legados los africanos y los fui mezclando”.
Así pues, poco a poco, decenas de discos después, hasta su últimoFree-Border (Comanche / Harmonia Mundi), con el que visita Madrid este jueves en los Veranos de la Villa. Un disco liberador para el pianista, en el que entremezcla la guajira o el son cubano con el ritmo de los tambores batá o el flamenco, al que se ha acercado desde que intercala Cuba con Benalmadena, donde compartió los últimos días de su padre, el eterno Bebo. “Me siento muchísimo más cerca del flamenco cuando estoy aquí, lo entiendo mejor. En mi caso, tengo que estudiarlo, y he aprendido compartiendo con músicos de aquí. Tiene una riqueza y una pasión increíble. Los cantantes lo viven todo con una fuerza….”.
El flamenco está presente en su último trabajo, un álbum con el que reivindica un jazz sin fronteras, porque “nunca hay tres tipos de música. Solo puede haber dos: la mala y la buena. El resto no es más que tomar elementos que encuentras y tratar de hacerlos compatibles para crear algo diferente, original”.
Siempre faltan cosas por descubrir (...) Lo que hago es buscar en mis raíces, en mi identidad afrocubana
En esta ocasión, Chucho Valdés ahonda también en las raíces americanas, las del comanche que ilustra el disco. “Fueron una tribu deportada en el siglo XIX hacia México, aunque algunos terminaron en Cuba. Vivieron sobre todo en la parte oriental. Trabajaron allí, se juntaron con los africanos, hicieron familia. Y música, de la que apenas quedó nada. Tuve que investigar, que es lo que me gusta”.
Un trabajo, este de indagar, que no parece tener fin en el pianista. “Siempre faltan cosas por descubrir, como el legado que dejaron los esclavos de Nigeria, del Congo... Hay mucho aún que se puede mejorar en cuanto a rítmica, pero también en melodía. Realmente, lo que hago es buscar en mis raíces, en mi identidad afrocubana”.
Para la ocasión ha vuelto a juntar a los Afro-Cuban Messenguers, un quinteto con el que Valdes siente que tiene más desarrollo. Lejos queda la súper banda Irakere: “Son dos amores diferentes. En Irakere me dediqué a componer, a dirigir, tenía poca participación como instrumentista porque estaba más repartido el trabajo. En un formato más pequeño la cosa cambia, toco más, y eso me gusta”.
En esa constante necesidad de fusionar géneros, Chucho Valdés siempre tiene presente la figura de su padre. El fallecido Bebo, que pese a vivir lejos de la isla, se mantuvo fiel a la tradición del jazz afrocubano. “Bebo es un concepto, un estilo. No necesitaba hacer nada de esto, a él hay que seguirlo. Fue un compositor súper original y una escuela de piano única. Yo soy de otra generación, tomé todo lo de él, y luego de aquí y de allá. Son cosas diferentes, pero sin Bebo no hubiese existido nada”. Una unión, asegura Chucho, que se prolonga en la siguiente generación de Valdés, la de Julián, su hijo de siete años, al que su abuelo inculcó el gusto por el piano. “Papá ya estaba un poco enfermo, pero le enseñó a tocar. Fue un romance, lo más lindo que me ha sucedido. Julián todavía me pregunta, dice que extraña a abuelo. Creo que viene un buen Valdés por aquí…”.



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