lunes, 7 de octubre de 2013

El arzobispo Tutu cumple 82 años sin morderse la lengua

Puede que Desmond Tutu sea el personaje sudafricano más entrañable y simpático... con permiso de su amigo Nelson Mandela, naturalmente. El arzobispo anglicano emérito de Ciudad del Cabo celebra hoy lunes su 82 cumpleaños y lo hace sin haber dejado de denunciar las injusticias de este mundo. Siempre en buena forma y con un inmejorable sentido del humor, como ha demostrado recientemente en un vídeo del fotógrafo australiano Adrian Steirn para el proyecto21 icons.


La agenda de actos incluye hoy la Lectura Anual Desmond Tutu en la Universidad de Western Cape, en Ciudad del Cabo. El ex secretario general de la ONU, el ghanés Kofi Annan, será el encargado del discurso, centrado en la paz, y precede a la mujer de Mandela, Graça Machel, y al Dalai Lama, que intervendrá a través de un mensaje vía satélite. Ambos son, junto a Mandela o el estadounidense Jimmy Carter, miembros del grupo The Elders (Los Ancianos), formado en 2007 por una docena de políticos y activistas por los derechos humanos.

El programa festivo incluye, fiel a su estilo, que Tutu se arremangue los pantalones para acercase a la playa Lagoon y se ponga al mando en las tareas de limpieza de este paraje.
Mañana, martes, su fundación homónima la Desmond y Leah Tutuorganiza un chat virtual sobre una tarea que siempre estuvo en su punto de mira: la construcción de un mundo mejor. El debate empezará a las dos de la tarde hora peninsular, se puede seguir por este enlace de la página en streaming y a través de #Tutu4peace2013 es posible participar con comentarios y preguntas. Además, con motivo de su cumpleaños, la Fundación celebró el pasado sábado la donación de un campo de deportes para los estudiantes de una escuela cercana a su oficina, en Ciudad del Cabo.
Tutu es uno de los personajes más queridos y respetados en Sudáfrica. La ciudadanía le reconoce haber sido una de las voces que más se oyeron contra los años de odio y racismo del apartheid y porque, tras salir Mandela de la prisión en 1990 y con la transición democrática en marcha, abogó por el perdón entre las razas. "Sin perdón, no hay futuro", sentencia. Con Madiba acuñó la expresión "nación del arcoíris (rainbow nation)" precisamente para realzar la diversidad cultural, racial y religiosa de la Sudáfrica libre. "Estamos hechos para el amor. Sin amor, somos como una planta sin agua", ha dejado dicho este religioso que pidió a los negros oprimidos durante décadas "ser agradables con los blancos porque éstos necesitan que se redescubra su humanidad".
Mandela le encomendó la presidencia de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en la que verdugos y víctimas se vieron las caras para juzgar los crímenes y abusos cometidos por todas las partes. Una de las actuales críticas más recurrentes al organismo es que se concedieron demasiados indultos a los blancos, que sólo tenían que mostrar un leve arrepentimiento para salvarse de un castigo. Hoy en día es un referente moral para muchos ciudadanos, incluso para los que no comparten su fe. "La verdad va a doler", acertó a decir, sin saber que en una de las vistas él mismo rompería a llorar al escuchar el testimonio de un hombre torturado por la policía racista. Tutu se quedó sin palabras y tuvo que ser consolado por sus compañeros del tribunal. No fue el único, cuentan las crónicas que las lágrimas se vieron caer por los rostros de las víctimas, el público e incluso los psicólogos.

Mandela y Tutu, Tutu y Mandela han formado un tándem que representa la mejor cara de Sudáfrica para convencer y concienciar a la comunidad internacional de las injusticias de un régimen supremacista blanco, y posteriormente, de cómo evitar enfrentamientos en una sociedad habituada a convivir con el odio y el miedo entre sus ciudadanos.
La vida de este religioso anglicano va indiscutiblemente ligada a la lucha por los derechos humanos. Obligado a vivir en un área reservada sólo para negros, el niño Desmond Mpilo creció dándose cuenta de que no tendría las mismas oportunidades que los blancos. Sin embargo, asegura que su niñez fue un periodo feliz, construyéndose sus propios juguetes ante la falta de dinero para comprárselos, y con unos profesores que, a pesar de las leyes discriminatorias y de los escasos medios, le enseñaron que podía llegar lejos si se lo proponía y trabajaba duro. “El límite es el cielo me decían”, recuerda.
Aunque sopesó ser médico, quizá fue la imagen del padre Trevor Huddleston quitándose el sombrero en presencia de su madre lo que le marcó ponerse el hábito. Era la primera vez que veía a un blanco respetar a una negra, sin educación formal y trabajadora doméstica, y pensó que la religión quizá servía para derribar el sistema injusto. Huddleston, británico de nacimiento, llegó a la Sudáfrica del apartheid en 1943, y desde su parroquia en Sophiatown luchó junto a Mandela y otros activistas contrarios al régimen en contra de los traslados forzosos de la población negra en el barrio para alojar a blancos pobres. Fue tal su compromiso con sus nuevos vecinos que cuando murió en 1988 en su tierra natal, sus cenizas fueron trasladadas a África y está enterradas en la iglesia del barrio. Todo un referente.

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