Catherine Wynne
BBC
Keshia Thomas tenía 18 años cuando el Ku Klux Klan (KKK), una organización que aboga por la supremacía blanca, celebró una movilización en su ciudad natal Ann Arbor (Michigan, Estados Unidos) en 1996.
Liberal, progresista y multicultural, el lugar era inusual para la convocatoria del KKK y, de hecho, cientos de personas se reunieron para demostrarles que no eran bienvenidos.
Había tensión en el ambiente, pero estaba bajo control. La policía, vestida con los uniformes de las fuerzas antidisturbios y armada con gases lacrimógenos, protegía al pequeño grupo de miembros del KKK, ataviados con batas largas blancas y sus gorros en forma de conos.
Del otro lado de una cerca especialmente levantada para la manifestación, se encontraba Thomas junto a un grupo de opositores a la organización.
De repente, una mujer con un megáfono empezó a gritar: "¡Hay un hombre del Klan en la concentración!".
Todos voltearon para ver a un hombre blanco, de mediana edad, que llevaba una camisa con la bandera de los Estados Confederados de América. El sujeto intentó apartarse de ellos, pero los manifestantes, incluyendo Thomas, lo siguieron "sólo para correrlo".
No había confirmación de que el hombre era un simpatizante del Ku Klux Klan, pero para los manifestantes que se oponían a ese movimiento, su ropa y sus tatuajes representaban exactamente lo que ellos fueron a rechazar.
La bandera confederada era para ellos un símbolo del odio y el racismo, mientras que el tatuaje SS -acrónimo de Schutzstaffel, la infame organización nazi- en su brazo apuntaba a la creencia en la supremacía blanca o incluso algo peor.
Se escucharon gritos como "¡Maten al nazi!" y el sujeto empezó a correr, pero lo tumbaron al suelo. Un grupo lo rodeó, y empezó a patearlo y golpearlo con palos de madera de sus pancartas.
"Barbárico"
La mentalidad de la turba se había apoderado de la situación. "Se volvió algo barbárico", recuerda Thomas en conversación con la BBC.
"Cuando la gente está en una multitud es más propensa a hacer cosas que nunca haría individualmente. Alguien tenía que salirse del grupo y decir: 'Esto no está bien'".
La adolescente, quien cursaba el bachillerato, se lanzó encima de ese hombre al que no conocía y su cuerpo se convirtió en un escudo contra los golpes que le propinaban.
"Cuando lo lanzaron al suelo, sentí que dos ángeles levantaban mi cuerpo y me acostaban sobre él".
Para Mark Brunner, un estudiante de fotografía testigo del episodio, lo que hizo Thomas es extraordinario.
Ella se arriesgó físicamente para proteger a alguien que, en mi opinión, no hubiese hecho lo misma por ella", le dice a la BBC. "¿Quién hace eso en este mundo?"
¿Qué le dio a Thomas el ímpetu para ayudar a un hombre cuyas visiones parecían ser tan diferentes a las suyas? Sus creencias religiosas jugaron un papel, pero su propia experiencia con la violencia fue otro factor.
"Sabía lo que era ser lastimado", Thomas indicó. "Todas las veces que me sucedió, deseé que alguien se rebelara por mí".
Las circunstancias, que ella no quiere describir, eran diferentes. "Pero violencia es violencia, nadie merece ser lastimado, especialmente no por una idea".
Un ciclo
homas no ha vuelto a saber del hombre que salvó, pero en una oportunidad conoció a uno de sus familiares. Meses después, alguien se le acercó en una cafetería y le dijo las gracias. "¿Por qué?", preguntó. "Ese era mi papá", el joven respondió.
Para Thomas, el hecho de que el hombre tuviera un hijo le dio a lo que pasó un significado aún mayor: potencialmente, había prevenido más violencia.
"En gran parte, la gente que lastima, ha sido lastimada. Es un ciclo. Digamos que lo hubieran matado o herido mucho. ¿Cómo se hubiese sentido su hijo? ¿Continuaría él con la violencia?"
Teri Gunderson, quien estaba criando dos niñas adoptadas de raza mixta en Iowa cuando el episodio ocurrió, se sintió profundamente afectada por la historia de Thomas. Tanto que mantuvo una copia de su foto y 17 años después, la sigue viendo. Ella asegura que la estudiante la hizo mejor persona.
"La voz en mi cabeza dice algo como 'Si ella pudo proteger a un hombre (como ese), yo puedo ser amable con esta persona'. Y con esa motivación, me comporto con más bondad".
Pero se pregunta si hubiera podido ser tan valiente como Thomas. ¿Qué habría pasado si alguno de los que habían sido ofensivos racialmente con sus hijas estaba en peligro?
"¿Los hubiera salvado o me hubiera quedado ahí diciendo: 'Te lo mereces, eres un patán'?. Simplemente todavía no tengo la respuesta. Quizás esa es la razón por la cuál ella me impactó tanto".
Brunner y Gunderson con frecuencia piensan en las acciones de la adolescente. Pero Thomas, quien ahora está en sus treintas y vive en Houston, Texas, no; prefiere concentrarse en lo que puede hacer en el futuro y no en lo que consiguió en el pasado.
"No quisiera pensar que eso fue lo mejor que puedo ser. En la vida, siempre te tienes que empeñar en ser mejor".
Thomas dice que cada día intenta hacer algo para eliminar los estereotipos raciales. No se trata de grandes gestos, ella prefiere pensar que los actos pequeños son más importantes.
"Lo más grande que puedes hacer es simplemente ser amable con otro ser humano. Puede ser mirarlo a los ojos o sonreírle. No tiene que ser un acto extraordinario".
Al ver sus fotos de Thomas tratando de detener a la turba, ese día de junio de 1996, Brunner dice: "A todos nos gustaría ser un poquito como Keshia, ¿no? Ella no pensó en sí misma. Ella sólo hizo lo correcto".
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