Arturo Wallace
BBC Mundo, Bogotá
"Le tengo terror a la solemnidad y soy del país más solemne del mundo".
Cuando empieza a sonar la música de cámara en la Catedral Primada de Bogotá, para anunciar el inicio de la "ceremonia solemne" organizada por el gobierno de Colombia en homenaje a Gabriel García Márquez, es prácticamente imposible no recordar esas palabras del gran Gabo.
Porque, ahí adentro, la alfombra es roja, los trajes oscuros y los serios semblantes de los asistentes pertenecen –en su gran mayoría– a representantes de los diferentes poderes del estado, expresidentes, diplomáticos y otras personalidades, encabezadas por el presidente Juan Manuel Santos.
Primero habla el cardenal primado de Colombia, monseñor Rubén Salazar. Luego se reza el Padrenuestro. Después llegará el turno del Réquiem de Mozart, interpretado por la Orquesta Sinfónica de Bogotá y la Sociedad Coral "Santa Cecilia".
Todo, efectivamente, muy solemne.
Aunque hay un detalle de color: muchísimas flores amarillas y numerosas mariposas del mismo color prendidas de la mayoría de las solapas.
Son las mariposas que perseguían a Mauricio Babilonia en "Cien años de soledad".
El símbolo más tangible de que, efectivamente, es hoy y aquí que Colombia le está rindiendo su homenaje oficial a su hijo más grande.
II
Falta una hora y media antes de que empiece la ceremonia. Y fuera de la catedral, en la Plaza de Bolívar, hay menos de mil personas y tres pantallas gigantes.
Poco a poco llegarán algunas más. Y después de hacer pacientemente fila, una parte logrará ingresar a la Catedral Primada.
Isabel Otero, de 49 años y nativa de Popayán, será una de ellas.
"Vengo a decirle adiós a Gabo: un colombiano que ha llevado el nombre de Colombia al mundo", le dice a BBC Mundo.
"La suya fue una voz colombiana y latinoamericana que se volvió universal. Supo contar la realidad de nuestros países y de nuestra gente como nadie", agrega.
A ella, y a los que como ella llegaron temprano para poder asistir personalmente al homenaje, no parece importarles que en la catedral no vayan a estar ni las cenizas de Gabo, ni su familia inmediata, que ayer sí participó en la despedida pública que se celebró en el mexicano Palacio de Bellas Artes.
"No creo que para rendir homenaje a una persona tengan que estar presentes sus cenizas. Eso es muy material", dice Laura Ruíz, de 21 años.
"Lo que importa de Gabo son sus obras, no dónde haya vivido o fallecido. Eso no tiene mayor importancia", coincide Ricardo Rondón, un escritor periodista de 59 años. "Un escritor, como decía Huidobro, es sus libros. Y su obra (la de Gabo) es de la humanidad", agrega.
Es además temprano y todos confían que, eventualmente, el cariño y admiración hacia el autor lograrán abarrotar la plaza.
"Yo creo que sí se va a llenar", dice Alberto Caballero, de 63 años.
"Aunque está un poquito lluvioso", apunta.
III
Primero llueve un poco. Luego sale el sol. La Plaza de Bolívar no llegará, ni mucho menos, a llenarse.
La ceremonia es transmitida por la radio y televisión pública, varias páginas web y otros canales.
Y si en la Catedral no cabe ni un alma, en mis cálculos no llegan ni a dos mil los colombianos presentes en la principal plaza de su capital para la retransmisión del homenaje oficial a García Márquez.
"Tal vez es que es un día laboral", ofrecerá también como posible excusa Benjamín Martínez, de 71 años.
"Yo pensé que iba a venir más gente, porque Gabo es muy querido en el país", confiesa.
Juan Pablo Angarita, de 21 años, no cree sin embargo que el número de asistentes a eventos como este sea una medida adecuada de cariño y admiración de los colombianos hacia su escritor más notable.
"Esto no es proporcional al número de gente que lo lee y que lo valora como escritor, como figura pública, como símbolo de nuestra identidad", le dice a BBC Mundo.
Y seguramente tiene razón, aunque es difícil dejar de buscar en la baja asistencia de hoy un ejemplo más de la compleja relación entre Colombia y García Márquez.
Adentro de la catedral sigue sonando el Réquiem. Se puede escuchar en los parlantes de la plaza, por la que también deambula un loco gritando que Cuba y México eran más importantes que Colombia para Gabo.
Nadie le presta mayor atención. Tal vez sólo las palomas, que emprenden el vuelo cada vez que pasa gritando.
IV
Llueve de verdad cuando, adentro de la Catedral, empieza a hablar el presidente Juan Manuel Santos.
La plaza se ve todavía más vacía. Algunos asistentes emprendieron la huida, otros se resguardan bajo los aleros del vecino Palacio de Liévano, entre sus arcos.
En buena medida Santos repite lo que ha venido diciendo desde la muerte del escritor: que ningún colombiano ha puesto más en alto en nombre del país, que nadie supo interpretar mejor su esencia, que la paz siempre fue el sueño de Gabo.
Dice también que el mayor homenaje posible es volver a leerlo. Y ese será, de hecho, el centro de los homenajes previstos para mañana: una lectura masiva de "El coronel no tiene quien le escriba" en bibliotecas, parques y plazas.
Termina pidiendo para el novelista "el más grande aplauso, uno que salga del alma, que se oiga en los confines del planeta".
La gente que está dentro de la catedral lo complace, pero afuera casi nadie aplaude: ni los que tienen las manos ocupadas sosteniendo los paraguas, ni los que las tienen libres porque de la lluvia los protege algún tejado.
Y yo me voy de ahí sin averiguar si la lluvia va a permitir que se celebre el esperado concierto de vallenato –el ritmo favorito del escritor– que anunciaban los instrumentos ubicados en una tarima cercana.
Siento que definitivamente está es la Bogotá de los recuerdos de García Márquez, el hijo de la costa Caribe que jamás llegó a sentirse aquí a sus anchas: solemne, lluviosa, indiferente.
Incluso en el día del adiós oficial de Colombia a su querido Gabo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario