Cuando el Nobel cumplió 80 años, Cromos se trasladó al país azteca para conocer su barrio, su vida, sus pensamientos
Tomado de la edición de la revista Cromos del 5 de marzo del 2007
A través de su literatura, Gabriel García Márquez creó un mundo propio basado en sus raíces y su espíritu colombiano. Pero fue durante su media vida en México cuando el realismo mágico se volvió universal.
Desde el jardín de sus sueños, en el distrito federal, desde su vecindario, desde sus amigos, les mostramos al Gabo marcado por el exilio, que no quiere que lo jodan más “con ese Nobel”.
Cuando Lupita Garnica, la eterna secretaria de Jacobo Zabludovsky –el periodista más reconocido de este país– me dio la dirección, colgué el teléfono y sentí tanta emoción que de inmediato me pregunté en silencio: ¿Si será cierto el dato? Ante la duda no me quedó otra opción: derrotar ese extraño sentimiento que siempre me invade cuando algo muy bueno va a suceder. Tomé el primer taxi que pasaba y llegué hasta el número 19, de la calle Las Lomas, en la colonia San Ángel Inn, de Ciudad de México. Me bajé del escarabajo verde y ante mis ojos tenía un gran portón blanco que, según la información, resguarda la casa donde hace 40 años el gran Gabo escribió Cien años de soledad.
La casa pasa tan desapercibida ante los transeúntes de aquella acera, que mi incredulidad regresó. Timbré y nadie salió, por la rendija pude ver que está más sola que nunca, habitada por el polvo y las hojas que caen de los árboles al jardín interior.
En ese momento el vecino de al lado, don Germán Figueroa, salía de su casa y mientras me miraba sorprendido yo le calculaba la edad, para poder formularle la pregunta que me sacaría de dudas: –¿Aquí vivió el escritor Gabriel García Márquez? “¡Cómo no! ¡Aquí mero vivió! Hace unos 30 años hubo una placa conmemorativa, grande y dorada, bien bonita. Traía el nombre del escritor y la obra, pero a los pocos días doña Virgen Reynoso, la vecina del frente, la más amiga del escritor y su mujer, salió a barrer y ya no había placa, ¡se la habían robado!”.
Doña Virgen Reynoso cuenta que hace unos años “don Gabriel”, como ella le dice al Nobel, quiso comprar la casa, pero el dueño era “un viejo genioso, enojón y remilgoso. No quiso venderla, aunque ahora que su hija Laura la heredó tal vez la venda”. Mientras Gabo escribía aquí Cien años de soledad, su amiga ‘Meche’ (Mercedes Barcha) pasaba las tardes con Virgen, compartían recetas culinarias y a veces combatían juntas la situación económica de la clase media.
“No éramos pobres, pero tampoco ricos. ‘Meche’ venía a tejer por la tarde, mis hijos jugaban con ellos, aquí o allá. Aún somos amigas”. Virgen y su esposo, al cual Gonzalo y Rodrigo García (los hijos de Gabo), le decían “tío Juan”, conservan con gran orgullo un ejemplar de Cien años de soledad firmado en 1971, uno de El coronel no tiene quien le escriba, en 1981, y otro de Memoria de mis putas tristes, en 2005. Todos con dedicatorias llenas de afecto, lo que demuestra que a pesar del tiempo, la gloria y el dinero que genera un premio Nobel, la pareja nunca ha olvidado a sus amigos de las épocas de dificultades económicas.
“No éramos pobres, pero tampoco ricos. ‘Meche’ venía a tejer por la tarde, mis hijos jugaban con ellos, aquí o allá. Aún somos amigas”. Virgen y su esposo, al cual Gonzalo y Rodrigo García (los hijos de Gabo), le decían “tío Juan”, conservan con gran orgullo un ejemplar de Cien años de soledad firmado en 1971, uno de El coronel no tiene quien le escriba, en 1981, y otro de Memoria de mis putas tristes, en 2005. Todos con dedicatorias llenas de afecto, lo que demuestra que a pesar del tiempo, la gloria y el dinero que genera un premio Nobel, la pareja nunca ha olvidado a sus amigos de las épocas de dificultades económicas.
En 1971 ‘Gabo’ y ‘Gaba’ regresaron de Barcelona y fueron a comer a su casa. Allí ella le dijo a su amiga ‘Meche’: “La próxima vez que vengas de España te encargo un abrigo. –Entonces don Gabriel me interrumpió–: ‘No. Solo si te vas con Mercedes para Barcelona, te invitamos, te compramos el abrigo, te das un paseo y regresas con el abrigo de piel. Doña Virgen, ¡ahora sí tenemos plata!’ ”. Pero la querida vecina de García Márquez le tiene miedo a los aviones, nunca se ha montado en uno, y dice que nunca lo hará. Antes de despedirme de los Reynoso, les pregunté si tenían una foto con Gabo y Mercedes, y me dijeron que no. “Nunca hemos sentido la necesidad de una foto, los llevamos en el corazón”.
Por donde Gabo ha pasado, su huella está grabada, no en placas sino en personas como Germán o Virgen. En mi caso, el interés periodístico por “Don Gabriel” radica en que marcó, no sólo mi vida profesional como reportero sino mi vida personal. En 1995 viajaba con mi familia a las playas de Cancún y mi maleta fue cambiada por una que contenía 30 kilos de cocaína. Probar mi inocencia no dependía únicamente de las pruebas que hablaban en mi favor. Para mis primeros jueces la ecuación era solo una: colombiano = narcotraficante. A los 24 años de edad, con dos como periodista del Noticiero 24 Horas, me exponía a una pena mínima de 25 años de cárcel.
En la dura e inhóspita cárcel de Chetumal, ante un calor infernal, frente a diez reos desconocidos, una luz me iluminó en aquel laberinto. Vi que uno de los malencarados presos tenía en su mano Cien años de soledad. Encontré un tema de conversación y una breve amistad que me salvó el pellejo.
Al mismo tiempo, mi detención se convirtió en noticia y, por la gestión de varios colombianos, el Maestro se enteró de mi tragedia. Gracias a él, los documentos de mi defensa fueron tenidos en cuenta y me llegó la boleta de libertad. Al salir de la cárcel lo llamé, pero antes de que yo alcanzara a dar las gracias, él se adelantó: “Mijo, lo suyo es un chiripazo. Que en una comida de veinte personas, me toque al lado del Procurador General de México, ¡esa es mucha suerte, carajo!”. La charla fue breve y alegre, nada de sentimentalismo. Le dije que regresaría a Colombia, pero antes buscaría el derecho a réplica en el Noticiero Televisa, con Jacobo Zabludovsky, y me lo otorgaron con gusto.
En aquella época no sabía que este presentador es uno de los grandes amigos de García Márquez. Fue él mismo quien colocó la placa dorada que pretendía hacer famosa la casa de la calle de Las Lomas 19. Ahora, doce años después, lo busqué para que me contara cómo ha sido la vida de Gabo en México durante los últimos 40 años y me contó: “Lo conocí en los 60 (llegó en 1962). Es un hombre muy familiar, y da la impresión de que tiene muy buenos amigos pero muy pocos. No se siente a gusto entre las multitudes y los agasajos. Desde que ganó el premio Nobel, no recibe ningún otro premio ni homenaje (aunque entonces fue condecorado con El Águila Azteca por el presidente López Portillo). Le gustan los restaurantes en los que se pueda charlar. De México admira nuestra música, es amigo de Armando Manzanero, le gusta Agustín Lara, José Alfredo Jiménez. De política mexicana hablamos mucho, conoce a todos los protagonistas”.
¿Qué tan mexicano es Gabo en su vida? “Él se siente muy a gusto aquí (se radicó definitivamente desde 1981, cuando pidió asilo tras declararse perseguido por el gobierno de Julio César Turbay Ayala, que lo acusó de tener vínculos con la guerrilla del M-19). Pero Gabo es de Aracataca, se siente de Aracataca”.
¿Cómo está la salud de Gabo? “No hay cáncer pequeño, cáncer es cáncer, pero él luchó contra la enfermedad y la venció. Se somete a chequeos periódicos, como cualquier paciente que evita la metástasis. Está bien”.
¿Cómo está la salud de Gabo? “No hay cáncer pequeño, cáncer es cáncer, pero él luchó contra la enfermedad y la venció. Se somete a chequeos periódicos, como cualquier paciente que evita la metástasis. Está bien”.
Los gestos de aprecio de Gabo hacia Jacobo y su esposa Sarita han sido contundentes, según Zabludovsky. “En 1971 le entregan el premio Nobel a Pablo Neruda, yo voy a entrevistarlo a París. Haciendo tiempo, entré a un restaurante en Saint-Germain-des-Près y ahí estaban Gabriel y Mercedes. Nos fuimos a tomar unas copas y en medio yo le dije:‘El próximo premio Nobel latinoamericano vas a ser tú’. Once años después, a eso de las cuatro de la mañana, se conoce la noticia, Gabriel no contesta y decido irme a su casa en la calle Fuego de la colonia El Pedregal. Cuando abrió la puerta me recordó la promesa de aquel día en París: si Gabo se ganabael Nobel, mi esposa y yo los acompañaríamos a recibirlo. Ante la invitación, yo encantado”.
Lo maravilloso de la historia de Zabludovsky con Gabo en la entrega del Nobel no sucede en la ceremonia sino un día después. “Gabriel gana el premio, pero a la salida de la ceremonia un notario y un policía le recogen todo lo que le dan. Se llevan el diploma, la medalla. El cheque no se lo han dado. Al día siguiente estábamos desayunando, pasa él y dice: ‘Vamos a la Fundación Nobel por el premio que ayer me recogieron’. Y fuimos mi esposa, mi hija, Gabriel, Mercedes y yo. Allí le dan el diploma, el cheque y la medalla. Al Nobel le ofrecen una réplica de la medalla, que por un lado trae el busto de Alfred Nobel y por el otro el nombre del premiado. Ahí Gabriel dice: ‘Por supuesto que la compro’. Me mira y dice: ‘Tome, es para usted’. ¡Yo tengo la única réplica del premio Nobel de Gabo!”.
Gabo dice que escribe para que sus amigos lo quieran más, y yo le creo, porque su lista de amigos del pasado la conserva y la alimenta con detalles. Toda persona que ha conocido al Nobel tiene una anécdota con él. Pero lo que más me ha sorprendido es su capacidad para crear nuevas amistades; algunas tan célebres como el ex presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton; el tercer hombre más rico del mundo, el mexicano Carlos Slim, o la propia Shakira, que según Joaquín Sabina, últimamente es su tema de conversación más recurrente por la admiración que le tiene.
Contrario a lo que se cree, García Márquez no solo se relaciona ahora con los famosos y el círculo del poder. Hace seis años Magdalena Rodríguez se le acercó, en el restaurante Viña Gourmet, y le dijo: “Maestro, gracias”. Y él contestó: “Gracias por qué”. “Por El coronel..., El amor en los tiempos del cólera, por Cien años de soledad, en fin”. A Gabo le gustó su respuesta y la invitó a su mesa. “Él me preguntaba de todo y yo feliz. Le dije que yo tenía un piano bar debajo del Polyforum Siqueiros, el hermoso edificio adornado con la obra del pintor David Alfaro Siqueiros, en la calle Insurgentes. Le di mi tarjeta y le dije que por allá lo esperaba. Tres días después, un miércoles, se apareció y desde ese día éste se convirtió en su bar”. Magdalena dice que cuando Gabo regresa de sus viajes, le dice: “Yo no sé para qué me voy si adonde llego no hago sino hablar del Siqueiros”.
El piano bar está adornado con caricaturas de sus visitantes más famosos. Gabo ha participado en la presentación de varias de ellas, la suya, la de Joaquín Sabina y la de Diego ‘El Cigala’, entre otros. Lo que más admira de “los Gabos” –Gabriel y Mercedes– es la capacidad que tienen para amar, por eso cree que “hoy por hoy, la vida de Gabo se reduce a cosechar todo el bien que ha sembrado durante 80 años. A saber que en cualquier lugar del mundo te está leyendo alguien”.
Aquí canta, toma champaña Dom Perignon y whisky Glenfi ddich. Frente al acordeón de Luis Aponte, no se resiste y de inmediato sale a bailar. García Marquez conoció a este artista en un evento de Sabores de En el bar Siqueiros, Gabo canta, toma champaña Dom Perignon y whisky Glenfi ddich. Colombia, organizado por la Embajada de Colombia. Gabo empezó a bailar y le pidió una canción: “Tócame El cantor de Fonseca”.
Al final del evento, y a diferencia de todos quienes nos le hemos acercado alguna vez para tener como recuerdo una foto, esta vez fue el Nobel quien se acercó al ex embajador Luis Guillermo Giraldo y le dijo: “Yo quiero una foto con el guajiro”. Y cuando se disparó por primera vez el flash, Gabo le dijo al fotógrafo: “Tómame otra que las primeras nunca salen”. Le preguntó de dónde era y él le contestó que de Riohacha. El maestro le contestó: “¡Ah!, mi abuelo era el telegrafista de Aracataca y en mi casa sólo se comía yuca de Riohacha. Dame tu teléfono”. A los tres días lo llamó para invitarlo a su casa. “Hola, guajiro, te voy a cocinar arroz con camarón como le gusta los guajiros, ¡volao!”.
Luis se puso el traje de guajiro, se llevó su acordeón y tuvo el privilegio de que Gabo le cocinara sus “menjurjes”, como le dice Mercedes a la comida de su esposo. Sentados en la sala de su casa le preguntó por qué le gustaba que le tocara El cantor de Fonseca y él le contestó: “Porque yo conocí a Carlos Huertas, y cuando los dos estábamos limpios (sin plata) nos poníamos a cantar su composición en un quiosco, yo con mis cigarrillos Piel Roja y él con su guitarra”.
Desde ese encuentro Gabo y Luis se han visto en más de diez parrandas vallenatas. En la más reciente, cuando la embajada le entregó un reconocimiento por su aporte a la música colombiana en México, Gabo se apareció para entregárselo y Luis Aponte llegó vestido de corbata, a lo que Gabo exclamó: “ ¡Oye, y tú qué haces con ese disfraz!”, a lo que contestó: “Lo que pasa, maestro, es que yo soy arquitecto y mi hobby es la música”. De inmediato Gabo lo interrumpió: “No, en tu tiempo de ocio haces arquitectura, pero lo tuyo es el vallenato”. Gabo tenía razón. La respuesta del guajiro fue una canción que le compuso y de una se la cantó. Al final al maestro se le aguaron los ojos y para no entrar en el terreno del tango, le dijo: “¡Ah, y usted cree que me la voy a creer!”.
La última vez que vi a Gabriel García Márquez tenía un whisky en la mano y hacía girar los hielos sin tregua como si tratara de hipnotizar el ruido a su alrededor. Producía un sonido que siempre asociaré con el Nobel. ¡Qué manía la de Gabo con el hielo. Desde que su abuelo lo llevó a conocerlo no lo deja quieto!
Aquella noche no me aguanté las ganas de pedirle una foto, él accedió y burlándose del asunto me dijo: “Todas mis conversaciones terminan en una foto”. Así fue hace diez años cuando él le contaba a unos amigos suyos, que lo acompañaban a la filmación de la película Edipo Alcalde, la forma milagrosa como me ayudó a salir de la cárcel. Le dije: “Don Gabriel, tomémonos una foto”. Y de inmediato me regaño: “¡Y toda esta carreta para una foto!”. Al recordarle aquel penoso momento para mí, sonrió y me repitió: “¿No te lo dije?”.
Aquella noche no me aguanté las ganas de pedirle una foto, él accedió y burlándose del asunto me dijo: “Todas mis conversaciones terminan en una foto”. Así fue hace diez años cuando él le contaba a unos amigos suyos, que lo acompañaban a la filmación de la película Edipo Alcalde, la forma milagrosa como me ayudó a salir de la cárcel. Le dije: “Don Gabriel, tomémonos una foto”. Y de inmediato me regaño: “¡Y toda esta carreta para una foto!”. Al recordarle aquel penoso momento para mí, sonrió y me repitió: “¿No te lo dije?”.
Con su manera de ser, y de mamar gallo, se ha mantenido fiel a aquella frase que le dijo a CROMOS al día siguiente de convertirse en una leyenda de la literatura: “Y no me jodan más con ese Nobel”.
http://www.cromos.com.co/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario