domingo, 27 de abril de 2014

El valor de la continuidad

La Feria del Libro puede alardear de uno de los méritos más esquivos a nuestro país, el más neutro: la continuidad. Después de su tenebroso comienzo, en 1975, con sus paranoicas listas negras y la quema de colecciones, supo rehacerse bajo la presidencia de Raúl Alfonsín, quien la inauguró con el bello anuncio: “En Argentina se acabó la censura”. Desde entonces, la Feria sostuvo su aprendizaje en las reglas de la democracia y el pluralismo, a la par de la ciudadanía y los medios, para erigirse en lo que hoy es: el nudo más firme y popular de la cultura argentina.



Inspiradora de otras ferias, ha sido superada en presupuesto, rutilancia y negocios pero no en su masividad, en el carácter ritual que fue cobrando en la agenda de cada otoño. Fue mucho lo que se aprendió en el camino, sobre todo, a acompañar o resistirse al campo magnético de la política. Alojó los petitorios por los desaparecidos en 1983; también vio presentaciones convertidas en mesas de cantinas y ratificó la distinción entre palabra y palabrerío, cuando Mario Vargas Llosa, orador inaugural de 2011, fue repudiado. Estos avatares han sido instancias que acercaron la sustancia final de los libros al lector. Incluso en el presente horizonte de transformación radical de la cultura libresca en ilustración electrónica, la Feria nos conectó siempre con los libros deseados, instigando el afán de leer sobre todo entre los desafortunados que no leen, para señalar el universo que avanza y los deja atrás.
40 años después, todas las quejas que siempre llueven sobre la Feria demuestran su carácter retrógrado, impopular, sobre todo en momentos en que el libro se recrea dentro de la transformación más radical de la mercancía en su historia.
La relación del populismo con las miradas críticas siempre está atravesada de contramarchas que hacen no ya a la libertad de empresa o de expresión sino a la libertad de conciencia. Esta no afecta a las editoriales; los gobiernos han aprendido a soportar que, para subsistir, la industria necesita partes iguales de libros oficialistas y opositores. En este sentido, la opinión de los editores puede librarse a la cortesía. Pero por su tradición romántica, los autores siguen encarnando la libertad de conciencia o bien el cinismo, incluso en momentos tan áridos como este, cuando autores importantes ya aceptan entregar sus obras a grandes sellos sin mediar un anticipo.
Por tratarse del período que más centralidad acordó a los intelectuales, uno no deja de ver con perplejidad que la década kirchnerista haya sido la única en que la Feria no fue visitada por un presidente. Cristina Fernández la abrió como senadora en 2007, mientras el menemato, cuyo ministro de Economía quiso cerrar el Conicet, acudió casi cada año. Algo de esa relación consustancial debió arruinarse con la mudanza de la Feria a la Rural. Los últimos capítulos de esa tensión han sido las exclusiones del Salón del Libro de París y el Encuentro de la Palabra, inaugurados por la Presidenta, este último programado con espíritu de penitencia dos semanas atrás. ¿Por qué estas masas que acuden a la Feria deberían ser un auditorio superfluo, menos lúcido o valioso?

http://www.revistaenie.clarin.com/

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

32 AÑOS SIN AKIRA KUROSAWA

                                      Fotografía fuente Revista Yume: https://revistayume.com/ “Puede que sólo puedas escribir una página po...