martes, 29 de abril de 2014

Austria aún lidia con el pasado nazi

El Museo de Ciencias Naturales de Salzburgo devuelve piezas robadas

Las nuevas generaciones en Austria hacen las paces con su historia más oscura



Imagen del Museo de Ciencias Naturales de Salzburgo tras la anexión de Austria por la Alemania nazi en 1938. Ahora ocupa otra sede.


El cajón de madera se abre y aparecen decenas de pájaros muertos, disecados y ordenados en hileras. Forman parte de los objetos robados por los nazis a judíos y otras víctimas que el museo de ciencias naturales de Salzburgo se ha propuesto devolver a sus dueños originales. Aspira también a arrojar luz sobre el oscuro pasado de esta institución, dirigida hasta los años setenta por un ex alto mando de las SS que se empeñó en legitimar científicamente al Tercer Reich.
El caso de Salzburgo es especial por ser el primer museo de ciencias que emprende una restitución como las de las obras de arte. Pero este ejercicio de expiación histórica no es un caso aislado en Austria. Casi 70 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, los esfuerzos por saldar cuentas con su pasado cobran brío. Las restituciones, la retirada de honores a antiguos nazis y la relectura del pasado se suceden. Las nuevas generaciones, protegidas por décadas de distancia, parecen dispuestas a explorar rincones que sus padres no transitaron. “Es tarde, pero no demasiado tarde”, cree Robert Hoffmann, el historiador que ha desvelado el pasado criminal del museo. “Olvidar no es una opción. Solo podremos abordar al futuro si miramos al pasado”, añade.
Fue en 1995 cuando el historiador Gert Kerschbaumer empezó a interesarse por el pasado de Eduard Paul Tratz, el ex alto mando de las SS, que dirigió el museo, Haus der Natur, hasta 1973. La institución le cerró las puertas. Kerschbaumer se sumergió en los archivos en Viena y en Berlín y reconstruyó la historia del museo, que a partir de 1939 se convirtió en uno de los pilares de la Ahnenerbe, el instituto de investigación con el que Heinrich Himmler, líder de las SS, pretendió dar un barniz pseudocientífico a la criminal ideología de la superioridad racial. Las mismas ideas que motivaron experimentación con seres humanos hasta matarlos.
“Lo que encontré en los archivos era una historia conocida en Salzburgo, el problema es que no se le daba importancia”, relata Kerschbaumer.
Con la llegada de los nazis, Tratz, un carismático ornitólogo de Salzburgo que había fundado el museo en los años veinte, se adaptó con facilidad. Lanzó una confiscación descontrolada para lo que viajó por el mundo robando lo que pudo: pájaros, bisontes, gacelas, morsas, diccionarios científicos… Exponía sus hurtos en las salas donde sometía a los visitantes a un mejunje ideológico que llegó a contar con moldes de cráneos, incluidos los de judíos con idea de demostrar que se trataba de una raza inferior. “Ha creado un trabajo excepcional”, escribió Himmler en el libro de visitas del museo.
Tras la guerra, los americanos encerraron a Tratz en un campo cerca de Salzburgo del que salió para volver a dirigir el museo en 1949. Nunca se distanció de su pasado. Por eso, Helmut Huettinger, un político local de Los Verdes lanzó una iniciativa para que se le retire el título póstumo de ciudadano de honor a Tratz. Su intento fracasó por el veto de las fuerzas políticas. “Mucha gente cree que si no hablas de algo, el problema deja de existir”, se lamenta Huettinger en un café.
“Los nazis volvieron a Salzburgo a ocupar las instituciones oficiales. Los nazis siguieron estando entre nosotros”, explica Kerschbaumer, quien recuerda por ejemplo, que el jefe de la policía de Salzburgo hasta los años noventa había sido un destacado miembro de las SS. “Cuando se emborrachaba, todavía hacía el saludo hitleriano”. Las investigaciones de Kerschbaumer fueron ignoradas. Pero la llegada de un nuevo director y la proliferación de restituciones de obras de arte creó el clima propicio para que el museo se atreviese con un pasado tan opaco como criminal.
Marko Feingold, a sus 101 años, le ha dado muchas vueltas a la historia y a cómo la recuerda su país. Es el único judío superviviente de los que llegaron a Salzburgo en 1945, procedente de los campos de exterminio. Acusa a Austria de arrastrar los pies durante décadas, pero también cree que aunque tarde, el cambio se va produciendo. “La primera generación [después de la guerra] trabajó para el Tercer Reich. Sus hijos crecieron con una versión dulcificada de lo hecho por sus padres. Es la tercera generación la que ahora hurga en la historia. Asistimos a un nuevo momento”, cree Feingold en la sinagoga de Salzburgo.
Una exposición explica ahora el pasado del museo a los visitantes que vienen a ver las 900.000 piezas de la colección. No verán, sin embargo, piezas que aguardan el envío a sus dueños, como 800 pájaros pequeños o el busto de una morsa que se devolverán. “Cerca del 85% de los objetos robados se devolvieron tras la guerra con las comisiones de los aliados. Pero en 2010 decidimos revisar los fondos e identificamos nuevos casos de expolio”, explica pájaro en mano Robert Lindner, director del proyecto.
La devolución coincide con la ofensiva legal de una familia judía contra el Estado por el famoso friso de Beethoven de Gustav Klimt. Coincide también con el descubrimiento en Múnich y en Salzburgo de cientos de obras de arte robadas. “Los casos que salen en la prensa son sólo los más espectaculares”, advierte Lindner. Son la punta de un iceberg que esconde una maraña de batallas legales que reflejan que las heridas de la guerra quedan lejos de haber cicatrizado. “Esta es una larga historia que aún no ha terminado”, sostiene Hannah Lessing, del Fondo Estatal para las Víctimas del Nacionalsocialismo, que tiene 6.400 casos abiertos.
Austria fue anexionada en 1938 a la Alemania nazi, el Anschluss, que contó con el apoyo de numerosos austriacos. “Durante muchos años, Austria escondió su responsabilidad alegando que fueron víctimas y no verdugos del nazismo”, interpreta Lessing. A raíz del caso Waldheim (Kurt, ex presidente austriaco que ocultó su pasado nazi), en los años ochenta y con cierta lentitud, Austria ha sentado las bases para una completa revisión de su memoria.
El escritor Erich Hackl no cree sin embargo en la llamada “teoría del silencio y el olvido”. Piensa que “la información estaba ahí para quien quisiera obtenerla”, pero la diferencia es que en los últimos años el debate se ha trasladado al gran público.
Horas más tarde, el altavoz del museo anuncia que es la hora de dar de comer al tiburón. Un tropel de adolescentes corre al acuario. Puede que los jóvenes aún no lo sepan, pero los historiadores depositan en ellos sus esperanzas; son los llamados a arrojar luz sobre un pasado en ocasiones difuminado.

http://internacional.elpais.com/

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