lunes, 22 de julio de 2013

Cien años de Soledad

¿Te sientes mal? -le preguntó. 

Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa de lástima. 

-Al contrario -dijo-, nunca me he sentido mejor. 

Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerines y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria.



Autor: Gabriel García Márquez



Fragmento compartido en nuestro programa "Con el Cielo al Revés"

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