El cuerpo tatuado de Carlos, exintegrante de la Mara Salvatrucha, es prueba de que en algún momento la “clicka” fue su hogar
Hay pocas posibilidades de llevar una vida normal como la de cualquier ser humano, lamentablemente, aunque uno deje de ser maldad, quedan facturas que tienen que ser cobradas y eso es inevitable. El seguir viviendo para nosotros muy pocas veces existe”. Son palabras de Carlos*, exintegrante de la Mara Salvatrucha, quien explica en una entrevista el antes y el después de formar parte de la pandilla. Su cuerpo tatuado es la prueba de que en algún momento la “clicka” fue su hogar. “Estaba en la transición de 11 a 12 años cuando entré en La Mara. Hoy hago todo lo relativo a la felicidad”, añade.
Las maras son bandas relacionadas con el crimen organizado que se localizan, en general, en Centroamérica y en Estados Unidos. La mayoría son guatemaltecos, hondureños, salvadoreños y mexicanos. Cifras no oficiales calculan que actualmente existen más de 100.000 miembros. La “marabunta” es una colonia de hormigas que arrasa con todo lo que se encuentra a su paso para sobrevivir. Su origen estaría en la ciudad de Los Ángeles (California), a donde miles de inmigrantes fueron a tratar de alcanzar un sueño. Las deportaciones los fueron trayendo a sus países de origen. Y de pesadilla.
Carlos, de 32 años, vive apartado del torbellino de La Mara en un lugar de Centroamérica desde hace más de un lustro. Salió huyendo de su lugar de origen para intentar (sobre)vivir. Perteneciente a una fracción de la MS (Mara Salvatrucha), Carlos vio cómo su propia banda asesinaba a su hermana en la colonia donde vivía su familia, una de las más pequeñas y violentas del país donde nació sin ninguna oportunidad, en el seno de una familia desestructurada. Y es que, desde el momento en que decides abandonar el círculo de la violencia, el peligro se cierne encima de cualquier persona que trate de abandonarlo. Un doble peligro: el de su propia pandilla y el de la pandilla rival. Porque, como dice Carlos, "el seguir viviendo para nosotros muy pocas veces existe”.
“Hacer catarsis para soportar el maldito sistema”
Cuando Carlos habla sobre ese pasado en la MS, salen a relucir actividades criminales como homicidios, tráfico de drogas y de inmigrantes, venta de armas, robos o violaciones. En el presente hablamos de estigmatización, discriminación, pasividad, olvido…
Carlos tiene voz de locutor y habla con firmeza. La pertenencia a una fracción de la Mara Salvatrucha forma parte del recuerdo. Hoy busca empleo en organizaciones civiles que ayuden a personas desfavorecidas en un país que no es el suyo. Es medianamente feliz, aunque la sombra de la pandilla siempre acecha.
Este joven cree que hay personas que nacen estigmatizadas por el hecho de hacerlo en una cultura diferente. Durante muchos años, sintió la discriminación no sólo por parte de su pandilla, sino también por parte de su familia, la escuela, la Iglesia y los empresarios. “Es importante resaltar que, aunque nosotros venimos de una cultura donde se viven ciertos valores, cuando nos reinsertamos también hay muchas cosas nuevas e incoherentes que tratamos de asimilar a nuestras vidas. Entre comillas, es un nuevo modelo de vida”, comenta Carlos.
Él no tiene muchos tatuajes. Al menos, no en la cara. “Lamentablemente, para los compas que se tatuaron la cara es más difícil insertarse en la vida cotidiana, moverse de un lugar a otro o incluso salir fuera del país. Si así lo quisieran, es casi imposible”.
A diferencia de la opinión generalizada, los tatuajes en el rostro no agilizan el acceso al liderazgo entre los mareros. Al contrario, es una vía de escape para no realizar operaciones directas. “Un man tatuado en la cara ya no es útil en La Mara porque se convierte en un blanco más débil para perseguirlo y matarlo. Para la policía e incluso para la limpieza social que ejerce el Gobierno. Los que tienen liderazgo con tatuajes en la cara lo obtuvieron casi seguro pagando condenas en prisión”, explica el exmarero.
A la pregunta de ¿qué hacer para seguir viviendo? Carlos responde que poca cosa. “Pensamos tanto en la maldad que hemos hecho que lo único que queremos es remediar el asunto. Vivir significa ayudar en Organizaciones No Gubernamentales o en iglesias, conceder entrevistas, ayudar a jóvenes y niños. Significa hacer catarsis para seguir viviendo soportando el maldito sistema”.
Son muchos los antiguos miembros de pandillas que buscan refugio en países vecinos o en el fuero eclesiástico.
El profesor David Martínez-Amador es un experto en narcotráfico y crímen organizado que ha realizado trabajo encubierto en el seno de grupos del crimen organizado. Se encarga de analizar exhaustivamente las fotografías de los pandilleros tatuados que aparecen en el informe policial del Programa Anti Maras de la Policía de México.
Un aviso reza en el informe: “Este material no se puede discutir frente al preso o sospechoso”. Surgen varias preguntas, ¿Qué información relevante contiene este documento en manos de las autoridades? ¿Cuáles son los códigos que manejan las pandillas juveniles?
Los expertos descodifican los datos que se esconden detrás de los tatuajes. Número de asesinatos, sueños rotos, pertenencia a una banda u otra, tipos de delitos cometidos y un largo etcétera de símbolos perfectamente delineados. Estos ayudan a comprender un poco más el complejo engranaje de las maras, una problemática social arraigada en los sectores más desfavorecidos de América Latina que se expande con voracidad por todo el continente.
Desde la época de los corsarios y filibusteros, los tatuajes han servido como elemento de distinción para separar lo profano de lo sacro. Así, el tatuaje ha estado asociado a la vida carcelaria, al tráfico de opio, la piratería, la esclavitud sexual o al campo de exterminio masivo. En opinión de David Martínez-Amador “hoy, en la subcultura criminal del mundo de las pandillas, los tatuajes tienen otro significado. Son la marca en tinta del contrato firmado con un Leviatán más grande, el Leviatán de la “vida loca”. Marcan la jerarquía, la posición a ocupar, desentrañan la procedencia y delimitan los placeres que pueden obtenerse. Pero, ante todo, son una marca de propiedad”.
De los Norteños a la Mara Salvatrucha
La primera serie de tatuajes más representativos gira en torno a la letra N, el número 14 (que corresponde al orden jerárquico de la letra N), la combinación de un punto solo y cuatro puntos, así como la misma letra N. Esta simple simbología hace referencia a la procedencia “norteño”. Además de ello, hay simbología maya que corresponde al número 14 y simbología de tipo revolucionario-mexicano (sombrero de charro, calaveras y mujeres) ligada a la idea de pertenecer a la pandilla de los Norteños.
En este primer caso, está clara la necesidad por resaltar la procedencia mexicana de los miembros de este grupo criminal. El origen compartido parece ser el elemento distintivo en estos tatuajes, mezclado con los símbolos de utensilios violentos propios del área mesoamericana como el machete.
El perro bulldog y el chicano
Toda la simbología anterior muestra una cercanía cultural mucho más fuerte y marcada hacia la identidad mexicana, sin ningún tipo de aditivo de carácter estadounidense. El caso opuesto lo representa la simbología de las pandillas que usan la figura del perro bulldog (por su localización geográfica en el área de Fresno) y la estructura criminal de la Mafia Mexicana (la EME) con la política de reclutamiento desde los microgrupos criminales denominados “sureños”. Fácilmente se puede suponer que esta estructura criminal quiere emular el sentimiento de fraternidad propia de la Universidad de Fresno en la cual el perro bulldog es la mascota. Esta simbología criminal ya muestra el carácter chicano o pocho de su estructura.
La “Mexican Mafia” o “M M”.
Es otra modalidad muy poderosa de estructura criminal. Al igual que la de los“Norteños”, estamos hablando de jerarquías criminales que funcionan desde dentro del sistema carcelario estadounidense. Sin embargo, la diferencia en este sentido se debe al poder, tamaño y capacidades de las diferentes organizaciones. La “Mexican Mafia” es quizá la estructura criminal más grande de carácter mexicano y con presencia en la mayoría de cárceles en los Estados Unidos. Al igual que en los anteriores casos, hay un deseo muy fuerte por remarcar el origen mexicano incluso con símbolos patrios mexicanos (lo que no aparece en el contexto de los “Norteños” o las pandillas de los “perros Bulldog de Fresno”).
Otra interesante modalidad de este grupo criminal es el uso de una mano negra para referirse a ellos mismos. Esto es destacable dado el hecho de que el original uso de la simbología de una mano negra para referirse a un grupo criminal fue primeramente usado por los grupos sicilianos y napolitanos que extorsionaban a los inmigrantes de la misma procedencia en los Estados Unidos de inicio del siglo XX.
Como revela la entrevista realizada al exmiembro de la “Mexican Mafia”, Rene El Boxer Enríquez, esta estructura criminal ha copiado las jerarquías y forma característica de la mafia italoamericana. La “Mexican Mafia” se encuentra conformada por grupos de 10 a 12 personas que operan bajo la dirección de un miembro de jerarquía superior quien, a su vez, se reporta ante el líder inmediatamente superior. El rango se marca por introducir tatuajes puntuales, ya sea una letra M en cada mano o tatuajes relacionados a los míticos guerreros aztecas, como el escudo. Por cada pluma pintada en el escudo, mayor es la jerarquía con respecto a la violencia usada por el miembro.
La "M M" es la única organización criminal de origen mexicano que actúa en igualdad de condiciones frente a otros grupos criminales del mundo penitenciario como la Hermandad Aria. Además, tienden a ser buscados por miembros de los cárteles mexicanos y de la misma mafia italoamericana para realizar trabajos de sicariato. Es importante tener en cuenta que la “Mexican Mafia” tiene miembros dentro y fuera de las cárceles, puesto que se trata deun grupo estable, con reglas de operación y pertenencias claras.
Los Sureños
Este grupo criminal opera bajo la dirección de la “Mafia Mexicana”. Los Sureños son un grupo que otorga membresía de forma exclusiva a jóvenes del área de California del Sur. El uso del número 13 para identificarse (en conexión con la letra M) demuestra que están en jerarquía menor a los grupos mexicanos que usan el número 13 (tanto en forma occidental como en el equivalente al símbolo maya) pero, al mismo tiempo, en relación de subordinación a la “Mexican Mafia”. Este grupo, en términos generales, ejecuta el trabajo sucio de los miembros de la “M M”. En esencia, el elemento de subordinación consiste en pagar impuestos a la “Mexican Mafia”.
Clickas y grupos inferiores
Se trata de los grupos criminales que no poseen una organización tan jerárquica y poderosa como los anteriores. Sus actividades están afectadas económicamente por el hecho de pagar tributo a grupos con más poder. Son grupos como la Mara Salvatrucha, la M13, Los Jinetes del Norte, los Hermanos de la Frontera, los de la Calle 18, Mexicles, Artistas Asesinos, Barrio Azteca…
Aunque algunos de estos grupos, como la Mara Salvatrucha y la M13, tiene mayor fuerza y capacidad operacional en Centroamérica, no sucede así con sus miembros residentes en el sistema carcelario estadounidense. Estos grupos se dedican al narcomenudeo (siempre en trabajos relacionados con la “Mexican Mafia” o a un cártel en particular) pero su capacidad organizacional, volumen de fuerza y capacidades los pone en posiciones inferiores frente a otros grupos criminales más organizados. Estos grupos no solo son más volátiles y por lo tanto producen mayor violencia colateral, sino que además sus tatuajes resultan menos elaborados.
Es importante no confundir a estos microgrupos criminales que utilizan la simbología azteca (en particular el grupo Barrio Azteca) con la pandilla denominada Los Aztecas. Esta última organización está compuesta por expolicías y policías corruptos del Estado de Chihuahua y ha servido como ejército pretoriano del cártel de Juárez.
Historia de vida
Bob Davenport, cineasta y antropólogo político, ha trabajado el tema de las pandillas en Centroamérica desde 2003 a 2009. Para él, “los tatuajes son la manifestación de la historia de vida de un individuo. Esto incluye la cosmología de las maras pero, al mismo tiempo, las experiencias que no tienen que ver con las maras (como la muerte de un pariente)”.
Para el experto, existe una clara diferencia entre personas tatuadas en California, por ejemplo, y jóvenes de Centroamérica o México. “Donde yo resido actualmente, en San Francisco, muchos jóvenes y adultos tienen tatuajes, pero aquí representa más un estilo de vida común y corriente. Por el contrario, los tatuajes de las maras son parte de una organización visual y social de estos colectivos. Tener tatuajes en El Salvador, Guatemala u Honduras presenta muchas dificultades para un joven en la búsqueda de oportunidades educativas o laborales”.
El antropólogo norteamericano tampoco ve una solución ni a corto ni a mediano plazo. “No la veo por la fragmentación de estas sociedades como resultado de la herencia de la guerra fría y también por las políticas equivocadas de no invertir en la población. Por ejemplo, en Honduras - donde el problema es muy grave - es un estado controlado por intereses privados que no tienen ningún interés en la población general. Por eso, estas sociedades son las sociedades más desiguales de toda América Latina”.
Aunque es cierto que un expandillero está sentenciado de por vida por el hecho de tener tatuajes, existen algunas salidas. Una es viajar a otro país. Pero quienes se quedan en el país donde han nacido, según Davenport, tendrán pocas o ninguna posibilidad de salir adelante. Otra opción es quitarse los tatuajes pero pocos quieren: es caro y complicado.
Por este motivo, asegura Carlos, “todos tenemos muy claro que la venganza llegará en cualquier momento. Sabemos que lo que estamos viviendo son extras, así que eso nos impulsa para seguir construyendo nuestros sueños y nuestras metas. Ya no para realizarnos nosotros sino a nuestros hijos e hijas”.
Al fin y al cabo, muchos de estos jóvenes no quieren borrar su identidad histórica. Al fin y al cabo, se trata de ese resignado “quien a hierro mata, a hierro muere” que conforma su lienzo vital, como el de Carlos, que ahora lucha por encontrar trabajo sin que le miren mal.
*Por petición del entrevistado se omite cualquier información que pueda identificarlo.
http://internacional.elpais.com/
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