Previo al campeonato del mundo que se disputará en verano, una competición reúne en Río de Janeiro a niños y a adolescentes sin familia de 19 países
Son las diez de la mañana y 14 adolescentes de Indonesia y Zimbabue juegan un partido de fútbol en las afueras de Rio de Janeiro. Tienen público, árbitro, fotógrafos y hasta un altavoz que grita los goles. Mediado el segundo tiempo, las africanas vencen 7-0 a las asiáticas, que no por eso dejan de correr. Una pelota queda suelta al borde del área y la delantera indonesia dispara con toda su alma, sin dejarla caer. 7-1. Los espectadores estallan en un grito y las jugadoras de ambas selecciones corren a abrazarse indistintamente entre sí, celebrando el gol como si fuese de todas. A la cancha la han bautizado como Maracaná, y es uno de los tres campos de hierba donde 230 chicos y chicas sin familia de entre 13 y 17 años, que crecieron en la calle hasta ser rescatados por organizaciones humanitarias, disputan la Street Child World Cup, el Mundial de los niños de la calle. Un Mundial que también tiene bajas: el capitán de la selección brasileña, Rodrigo Kelton, de 14 años, fue asesinado de tres disparos por narcotraficantes en la ciudad de Fortaleza hace un mes y medio, después de haber vuelto al colegio y abandonado el consumo de drogas para poder disputar este torneo y acercarse a su sueño de convertirse en futbolista profesional.
Sus compañeros, los protagonistas de este campeonato, no viven ya en la calle: han logrado salir de situaciones de miseria, drogadicción y mendicidad en las calles de todo el mundo. "Fueron recogidos de la calle, pero no tienen familia", aclara una organizadora inglesa del evento: "Lo principal es el amor y el sentido de pertenencia; sin eso, todo se desmorona". Organizado junto a Save the Children y otras ONGs locales de los 19 países participantes, el torneo tiene entre sus valedores a Deutsche Bank, Deloitte o la Premier League y al Príncipe Guillermo de Inglaterra, el arzobispo Desmond Tutu, el ex futbolista David Beckham o recientemente el propio Papa Francisco. Se celebra cada cuatro años, en los prolegómenos de la Copa del Mundo, "para garantizar que los derechos de los niños permanezcan en el orden del día", según su director de comunicaciones, Joe Hewitt.
"Es duro ser niña de la calle porque no tienes dónde dormir, qué comer, y la sociedad no nos ve. Somos invisibles para ellos", cuenta con sorprendente tranquilidad Valentina, de 14 años, integrante de la selección nicaragüense. No obstante, recibir un techo y un apoyo no es garantía de supervivencia en todos los países: "A veces los niños de la calle están mejor alimentados", explica otro participante de la conferencia: "Pueden ser tremendamente ingeniosos para encontrar comida". Los numerosos voluntarios presentes en Rio esta semana llevan todos una camiseta azul que reza "I AM SOMEBODY" ("Soy alguien"), el lema que simboliza este esfuerzo por persuadir a Gobiernos, empresas y comunidades para que inviertan e implementen políticas de protección hacia los niños de la calle, "de manera que dejen de ser culpados, ignorados o victimizados".
Una de las jugadores de Zimbabue que acaba de golear a Indonesia (8-2, resultado final) vivió desde los 3 años en un vertedero en los suburbios de la capital, Harare. "Yo pensaba que la vida era eso", dice ahora sonriente, antes de irse corriendo a vaciar una botella de agua encima de sus compañeras. Su entrenadora, Amelia Muleso, lleva trabajando con ellas casi dos meses. " '¿Si perdemos nos vamos?', me preguntan todo el tiempo. ¿Qué pasa después? Es duro... El regreso será duro", recalca. "Pero ahora son felices". En privado, un organizador admite el riesgo de que "la iniciativa sea vista principalmente como un esfuerzo de marketing transitorio, tras el que los niños vuelven a la calle". Sin embargo, reina el consenso acerca de que el fútbol retira a numerosos adolescentes de la drogadicción y el tráfico.
"El fútbol me aleja de mis problemas. Me encanta", afirma con entusiasmo otra chica brasileña que hace sólo cuatro meses traficaba con droga proveniente de Paraguay. El criterio de los países para seleccionar a sus jugadores no es únicamente su habilidad futbolística: los niños y niñas son escogidos por su ejemplo y capacidad de haber superado años de vida en las calles, de manera que puedan servir de inspiración para otros menores; una suerte de 'capeones de la calle'. Para dotarles de herramientas en su trayectoria vital, el torneo organiza por las tardes una conferencia con especialistas en desarrollo, psicología e integración que culminará este domingo con la Declaración de Río, que pretende convencer al Gobierno brasileño para que fije una política global sobre los niños de la calle y funcione como "plataforma de cambio" una vez que los chicos hayan vuelto a sus países de origen.
La primera edición de este mundial, en Sudáfrica (2010), concluyó con la Declaración de Durban, que fue presentada al Comité de Derechos Humanos de la ONU y enviada a 143 Gobiernos. En aquella edición el campeón fue India, el país con la mayor población de niños de la calle en el mundo: más de 11 millones. (Según Unicef, sólo el 40% de los bebés indios se registran al nacer: el resto no existe jurídicamente). "¿Cuál fue nuestro máximo desafío? Obtener los visados", recalca Muleso, la seleccionadora zimbabuana: "Muchas veces no tienen ni padres ni abuelos ni tíos conocidos a los que recurrir".
Cae la tarde y los protagonistas siguen atendiendo a los profesionales que tratan de prepararles para el regreso a sus países de origen y un futuro incierto. "La verdad es que en ocasiones hay que llamarles la atención", ríe la también inglesa Sarah Rose, coordinadora del encuentro: "Lo que más les divierte es jugar al fútbol". Pero esto, recuerda, "es más que un juego".
PEDRO CIFUENTES Rio de Janeiro
http://sociedad.elpais.com/
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