La historia de Estela de Carlotto y su nieto es la misma que recorrieron cientos de abuelas en una búsqueda donde la ciencia ofreció una ayuda crucial
FRANCISCO PEREGIL Buenos Aires 9 AGO 2014 - 01:00 CEST
Las Abuelas de Plaza cuentan en su página oficial de Internet con testimonios extraordinarios recogidos a lo largo de casi cuatro décadas de búsquedas. Pero hay uno especialmente ilustrativo: el documental de cuatro capítulos titulado 99,99%. La ciencia de las Abuelas y conducido por el actor argentino Leonardo Sbaraglia. Ahí se explica los detalles de un plan perfectamente organizado para encubrir el robo sistemático de bebés a las presas políticas que parían en cautiverio. “Con la colaboración de médicos, enfermeras, jueces…”, relata Sbaraglia. [Era] el robo, el crimen perfecto. Nadie podría jamás demostrar la verdadera identidad de esos chicos. Pero los apropiadores genocidas no contaban con los avances de la ciencia ni con la tenacidad de un grupo de mujeres en la búsqueda de la verdad”.
Estela de Carlotto explica en el documental: "Nosotros teníamos otra vida, cada una de las abuelas que componemos la institución teníamos un proyecto distinto: estar con la familia, los hijos, verlos crecer, envejecer, disfrutar de los nietos… Y vino una dictadura en marzo de 1976 que trajo un proyecto de asesinar a todos los opositores. Justamente eran nuestros hijos los opositores. En esa soledad, cuando la hija no vino, no volvió, no llamó… Empezamos a buscar. Sin saber adónde ir, a qué puerta golpear… Puertas cerradas…”
La presidenta de Abuelas continúa su relato: “Al principio los esperamos… [a los nietos] ‘Me lo van a traer, me van a llamar, me lo van a dejar en la puerta…’ Preparamos un ajuar, un lugarcito, nos jubilamos… Pero nada. Y después dijimos: ‘bueno, ya van al jardín de infantes. Vamos a observar’. Nos escondíamos detrás de los árboles mirando chiquitos. A veces alguna maestra nos hablaba. Nos decía: ‘este chiquito tiene un comportamiento extraño… lo llevan, lo traen, es como prisionero…’ Y ahí estábamos”.
También se fijaban en el parecido físico de los niños que veían en la calle. “Yo me acuerdo”, continúa De Carlotto, “haber seguido a alguna señora que llevaba en brazos a un chiquito porque la carita era igual a uno de mis hijos. Después le miré la cara a la mamá y eran idénticos. O sea, esa cosa absurda: ir a la casa cuna [hospital materno infantil] y querer ver caritas de bebés cuando no sabemos ni a quién se parece”
Chicha Mariani, la primera presidenta de Abuelas, rememora también en el documental: “Hicimos de todo buscando a los chicos. Yo, por ejemplo, me disfracé de enfermera. Y estuve en el Hospital Durand mirando si la familia que yo había citado traían esa nena que yo esperaba ver o la suplantaban por otra. Y no me conoció nadie en el hospital. Ni los empleados, ni la gente de Abuelas, ni los médicos de Abuelas. Pero la nena, que había llegado con su mamá y estaba sentada a unos diez metros, me miró y se fue caminando hacia donde yo estaba y me dijo: `¿Cómo te va, señora?’ Porque me había visto pasar no sé cuántas semanas y días por su casa. Me reconoció disfrazada y todo”.
Las abuelas recorrieron medio mundo consultando a decenas de científicos para ver si podría deducirse el parentesco entre un nieto y sus abuelos, a partir de la sangre de los abuelos. Y les decían que no, que no y que no. Hasta que en 1983, en Estados Unidos, les dijeron que sí. Los avances científicos hicieron posible revelar parentescos entre abuelos y nietos con un margen de acierto del 99,99%. Y la primera “recuperación” a partir de un análisis genético la lograron en 1984.
De Carlotto explica las dificultades que encontraron en esa época con la Justicia: “Era duro expresarle a los jueces el derecho y cómo ellos lo asimilaban. Porque parecía que era un divorcio. Como cuando se separan los papás, que se disputan la niña o el niño. Les querían adjudicar a los apropiadores derechos de visita. ¡Era absurdo! ¿Cómo, si ese hombre es un delincuente? Robó a una niña de los brazos de su mamá en un campo de concentración y le van a decir que tiene derecho a verla”.
“Fue duro para nosotros”, rememora De Carlotto en la película. “La duda era: ¿Estaremos haciendo bien? ¿Qué va a pasar con esa criatura, qué sufrimientos…?”
Ahora, las Abuelas no tienen duda de que mereció la pena. Y es el propio Ignacio Hurban, el nieto restituido número 114, el que quiso emitir una llamada. Para que otros nietos -las abuelas calculan que aún faltan 400 por restituir- se animen a hacerse las mismas pruebas genéticas que a él le practicaron hace 18 días. Hasta ahora, de esos 114 nietos restituidos solo cinco se presentaron de forma voluntaria como lo hizo él.
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