martes, 19 de agosto de 2014

El terrible esplendor de las guerras civiles


Estos conflictos suponen la crueldad y la intransigencia llevadas a su extremo, la prolongación del odio en pequeñas comunidades



Una calle de la capital de Bosnia, durante la guerra. / TOM STODDART


Un viejo dicho italiano afirmaba que “la guerra es bella, pero incómoda”. No obstante, la belleza de la guerra, si es que alguna vez la tuvo, se ha esfumado entre las humaredas de la historia humana. Y su naturaleza también ha cambiado. Muerto el imperialismo, ya no existen luchas por la independencia y ahora se nos hacen raros los conflictos entre naciones, mientras que florecen los llamados civiles.
Pero ¿qué es una guerra civil? Se supone que una contienda entre compatriotas. Pero ¿lo son los combates de Irak?, ¿lo es el enfrentamiento del este de Ucrania? ¿Y Siria? En el mundo, en estos momentos, hay más de una veintena de conflictos armados, muchos de ellos en una suerte de estado latente, como en Chechenia o Somalia. ¿Pero son todos ellos en realidad guerras civiles?
Antes resultaba más sencillo de comprender, porque existía ese fenómeno hoy casi agonizante que llamaban ideología. Las tres más famosas conflagraciones civiles que me vienen al recuerdo fueron la americana de Secesión, el Norte contra el Sur de EE UU; la de Rusia de principios del siglo XX, los “rojos” contra los “blancos”; y la de España, republicanos contra golpistas rebeldes. Fueron tres conflictos de claro signo ideológico: abolicionistas frente a esclavistas, revolucionarios marxistas frente a monarquía autocrática, demócratas republicanos frente a militares fascistas.
Las guerras civiles no son lo que fueron. Lo vimos con el desmembramiento de la antigua Yugoslavia y lo seguimos contemplando con no poca sorpresa en Siria, por ejemplo, que comenzó como una rebelión civil y democrática frente a una dictadura brutal. Y ahora, esa rebeldía se ha convertido en un movimiento de signo radical, con Al Qaeda de por medio, lo que ha transformado el conflicto en un combate entre intransigencias. En cuanto a Irak, ¿se enfrentan vecinos o sólo dos formas de interpretar el Corán, la de los suníes y los chiíes? ¿Son compatriotas los terceros en discordia, esa milicia autoproclamada Estado Islámico de Irak y el Levante? Por lo que a Ucrania se refiere, no hay religión de por medio, sino razones étnicas: ¿son paisanos los prorrusos y los ucranios?
¿Qué es pues una guerra civil?
Una humilde respuesta: sencillamente la crueldad y la intransigencia llevadas a su extremo, la prolongación del odio que se genera en las pequeñas comunidades; como ese dicho español, que a veces nos parece una enorme metáfora de sangre, que afirmaba: “En pueblos pequeños, odios grandes”.
En el invierno de 1992, en pleno conflicto bélico, viajé a Sarajevo como periodista. Conducía un coche desde Split, en la actual Croacia, y entré solo en la urbe cercada. Antes de partir, una mujer me pidió que le llevara a su marido, encerrado en Sarajevo, una bolsa con comida y 400 marcos alemanes –todo se compraba entonces, en el mercado negro sarajevino, con dólares o con marcos–, y añadió que era cuanto tenía.
Le dije:
–Señora, puedo perder el dinero, puedo no entrar en la ciudad o no encontrar a su marido, pueden robarme en los controles militares. O simplemente, me puedo quedar con los 400 marcos: usted no me conoce.
Me respondió:
–En esta guerra, señor, hemos aprendido a desconfiar de los conocidos y a confiar en los desconocidos.
Esa historia define, para mí, el terrible significado de una guerra civil.
Por cierto, la historia tuvo un final feliz: encontré al hombre, le di el dinero y regresé sano y salvo a Split. Nunca debes fallarle a una desconocida.



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