América Latina dio los pasos decisivos para condenar el crimen de las desapariciones forzadas
Ignacio Hurban y su abuela Estela de Carlotto. / PISARENKO (AP)
La historia de Guido Montoya Carlotto —o Ignacio Hurban— ocupó espacio preferencial en las noticias de los últimos días. No era para menos, pues se trataba nada menos que del nieto de Estela de Carlotto, líder emblemática de Abuelas de la Plaza de Mayo y, con ello, de la tenaz pugna por encontrar con vida a niños y niñas desaparecidos nacidos en cautiverio luego de secuestros a sus madres durante la dictadura militar argentina de los setenta. En lo que para algunos sonaba iluso y utópico cuando las Abuelas empezaron su histórica lucha hace varias décadas, la tenacidad y entrega de Estela y su equipo, se ha visto recompensada con el hallazgo de 114 nietos. Esto tiene un hondo significado para América Latina y el mundo, al menos en dos planos.
De un lado, es un himno a la vida y a la tenacidad. Contra el escepticismo e incredulidad de muchos prevalecientes en un momento, hubo quienes supieron ponerse contra la corriente sustituyendo la resignación o el derrotismo por proyectos concretos de búsqueda y de identificación de personas. Y, con ello, dejaban plantada una luz de esperanza para miles de familiares de desaparecidos en la región y en otras partes del mundo.
Siendo extraordinaria, esta historia no es única ni excepcional. En otros países latinoamericanos la tenacidad y dedicación también han arrojado resultados notables. Se encuentran casos como el de Macarena Gelman, nacida en cautiverio (1976) durante la dictadura militar uruguaya, luego identificada y "reaparecida" en el 2000 por la acción de personas dedicadas como su abuelo el poeta Juan Gelman, fallecido hace pocos meses.
O los más de 800 niños salvadoreños apropiados —y desaparecidos— en la década de los ochenta dentro de la guerra interna en ese país centroamericano. En esa gesta humanitaria se vienen a la memoria personas como el sacerdote jesuita Jon de Cortina, ya fallecido, sin cuya entrega y dedicación hubiera sido imposible convertir en aparición con vida a más de 250 sobre los 800 reportados.
Hubo quienes supieron ponerse contra la corriente sustituyendo la resignación o el derrotismo por proyectos de búsqueda y de identificación de personas
Hay, sin embargo, otro plano a destacar y en el cual la experiencia y legado de América Latina es particularmente relevante: la construcción de un orden jurídico e institucional de respuesta al drama de las desapariciones forzadas. Ello ha ido permitiendo que —con sus luces y sombras— se pongan en marcha esquemas innovadores de justicia y de información que pueden servir de pauta para otras regiones afectadas hoy por ese drama.
Desde América Latina se dieron los pasos decisivos para la condena internacional del crimen de las desapariciones forzadas, su calificación como delito de lesa humanidad y su imprescriptibilidad, en el entendido como que mientras la persona no aparezca se entiende que se está ante un delito continuado. Fue la Corte Interamericana de Derechos Humanos el primer tribunal internacional que caracterizó —desde 1988— la desaparición forzada como crimen pluriofensivo (por los derechos afectados) y continuado. Ese enfoque ha sido un ingrediente importante en el diálogo jurisprudencial regional, traduciéndose en poderosa jurisprudencia nacional en la mayoría de países, contraria a dar por prescritas las desapariciones y a continuar con los esfuerzos de investigación y búsqueda. Mucho cambió con eso.
Lo anterior conlleva el deber del Estado de organizarse de determinada manera. Entre otros aspectos, dotando a las autoridades pertinentes de los recursos logísticos y científicos necesarios para recabar y procesar las pruebas y, en particular, de las facultades para acceder a la documentación e información pertinente para investigar y obtener indicios o evidencias de la ubicación de las víctimas. Si bien los resultados en algunas situaciones pueden estar lejos de ser suficientes, hoy existen capacidades institucionales y respuestas judiciales inimaginables en el pasado, que acercan la región a la verdad y la justicia, aunque, por cierto, falta aún mucho por recorrer.
Como la experiencia lo ha demostrado en otras regiones del mundo, cuando un conflicto bélico o una dictadura atacan a la sociedad con el drama de las desapariciones forzadas, el afán de encontrar verdad y justicia estará vivo y acabará prevaleciendo. Y, con ello, un factor directamente esencial de cualquier proyecto de reparación y reconciliación nacional. Argentina, Centroamérica y muchos otros lugares, antes; hoy los reflectores latinoamericanos están enfocados en Colombia y en las negociaciones por la paz. Sin embargo, no sólo en esta región sino en el resto del mundo, el dato es el mismo: cuando existe, el drama —y el reto— de los desaparecidos, éste nunca "desaparece" ni desaparecerá. En ello la experiencia latinoamericana tiene, felizmente, algo que ofrecer.
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