En Paraguay, una cooperativa de productores de caña de azúcar se rebeló contra la industria que mal pagaba sus cosechas. Cuatro décadas después de su creación ha abierto su propia fábrica
Es un caramelo en medio del bosque paraguayo. Dulce y deseada, la fábrica de azúcar orgánico y de comercio junto empezó a funcionar el pasado junio con una plantilla de 172 empleados y 1.750 dueños, todos y cada uno de los socios de la cooperativa Manduvirá. Dos décadas después de que un grupo de productores de caña empezara a soñar con tener su propia factoría, lo que entonces parecía una utopía, se ha tornado en realidad.
“La gente no creía en nuestro sueño, nos decían que estábamos locos porque esto no lo había hecho nadie antes en Paraguay. Y nos ha llevado mucho tiempo realizarlo, pero hay que ir paso a paso”, reconoce Andrés González, gerente de Manduvirá. La lógica de los mecanismos económicos y comerciales impedía a sus vecinos de Arroyo y Esteros (a 67 kilómetros de la capital), donde estaba la primera fábrica de azúcar orgánico del país, creer que era posible que los campesinos pudieran dar el salto de la tierra a tener su propia planta. Pero lo fue, aunque el camino, como recuerda el hoy responsable, supuso una lucha.
González fue uno de los 39 productores de caña que fundó la cooperativa en 1975 para negociar unidos el precio de sus cosechas, obtener pequeños créditos y ayudas. “Nos pagaban una miseria”, explica. Esos fueron sus únicos propósitos hasta que 20 años después, durante una feria sectorial, entraron en contacto con gente relacionada con el comercio justo. Aquel encuentro despertó en ellos el deseo de fabricar su propio azúcar bajo criterios de responsabilidad social y medioambiental.
El primer paso fue iniciar un sistema de producción orgánico, con técnicas respetuosas con el entorno natural y el propio condimento, sin químicos. Cuatro años después, en 1999, los cooperativistas obtuvieron el certificado de Comercio Justo de la Fairtrade Labelling Organizations (FLO). Pero todavía vendían sus cosechas a la única empresa de azúcar orgánico de la zona: Otisa. “Era un monopolio. Y eso siempre es una excusa para pagar un precio de hambre a los productores. Si no los aceptábamos, el dueño nos amenazaba con cerrar. Y si lo hacía, ¿a quién le íbamos a vender?”, detalla González.
En ese tira y afloja pasaron otros tantos años. Un día, seis campesinos, entre ellos el gerente de Manduvirá, se cansaron de tener miedo a las advertencias de cierre. En 2003 dijeron basta y empezaron una huelga que se convirtió en una rebelión colectiva contra la industria. “Al principio éramos media docena, luego 100 y después 500”, recuerda González. No iban a cortar su caña. Dos días antes de la fecha en que debían empezar la recogida, la compañía prometió pagar bien y una bicicleta a quien le vendiera. Recibió una negativa por respuesta. “Y la gente necesitaba la plata”, apostilla González, “pero gracias a la cooperativa que ya tenía un capital de 10.000 dólares, pudimos aguantar semanas”.
Un monopolio siempre es una excusa para pagar un precio de hambre a los productores", dice el gerente de Manduvirá.
Solo diez del medio millar de agricultores cedieron a las presiones de la empresa y vendieron su producción. Pero no era suficiente para que esta cumpliera sus compromisos y, tras tres semanas de huelga, acabó negociando con los cooperativistas, recuerda el gerente. “Ahí empezó nuestra revolución dulce”, evoca quien fuera uno de los seis, mientras pasea por las instalaciones de su recién estrenada factoría.
Anastasio Rodríguez, de 79 años, recuerda bien aquel capítulo revolucionario de toda una vida dedicada a la caña. Es socio de Manduvirá desde los inicios. “Entré a formar parte solo dos años después de que se creara. Soy un pionero”, asegura orgulloso. Desde el jardín frontal de su casa, amueblado con una mesa y media docena de sillas de metal, se observa la fábrica, que dista unos 300 metros. “Hemos tenido muchas críticas. La gente decía que esto no era posible. Es fantástica. Una maravilla. Fenomenal. ¿La habéis visto por dentro? Es un sueño contra tanta injusticia… Una joya para las siguientes generaciones”, se desata en halagos mientras señala la construcción que se refleja en el brillo emocionado de sus ojos. “Somos los dueños. No hay empresarios, nos aseguramos de vender toda nuestra producción y los beneficios se reparten entre todos”, sigue la enumeración de las virtudes del proyecto.
Consiguieron sus objetivos sin recurrir a la violencia, subraya González, porque con ella se sabe "cómo empieza, pero no cómo acaba”. Y pacíficamente fueron, poco a poco, conquistando sus metas. Avistaron la bandera de cuadros que significaba el gran triunfo cuando en 2004 la cooperativa recibió el certificado de productor de azúcar orgánico. Con él, ya no necesitaban compañía externa con tal reconocimiento para fabricarlo. Unos meses después, en 2005, alquilaron una nave en la que poder procesar su materia prima y vender el condimento bajo su propia marca. Ese año ya exportaron 234 toneladas.
Pero no se pararon ahí. Manduvirá no paraba de crecer en cuanto a número de miembros, producción e ingresos. En solo un año desde que alquilaron una vieja planta multiplicaron por seis las toneladas de azúcar que salía de sus máquinas hasta las 1.409, según sus datos. Por eso, dice González, pensaron que era viable construir su propio ingenio de azúcar orgánica.
La primera viga se colocó en 2011 y ahí está ya construida, metálica y reluciente entre el frondoso bosque paraguayo a un lado y, al otro, las plantaciones de caña de los vecinos de Arroyo y Esteros. El pueblo tiene 22.000 habitantes repartidos en casas bajas, la mayoría de colores claros, blancos y cremas que contrastan con el fondo verde oscuro de la vegetación en el horizonte. Rompe la armonía de colores, el tinte chillón de las camisetas de equipos de fútbol colgadas en la fachada de unos pocos comercios.
Este paraje se encuentra en el distrito de Cordillera conocido como el Valle Orgánico por su tradición de producción respetuosa con el medio ambiente y en armonía con la naturaleza. Por eso, la tecnología de la fábrica es “lo más puntero de todos los países” para que también el procesado sea sostenible, alardea González. “Pero la mano de obra, paraguaya”, apostilla.
Con la inauguración de la planta este pasado junio se convirtieron en los primeros productores de azúcar orgánico libre de intermediarios de Paraguay. Desde la tierra hasta la estantería del súper. En 2014 esperan triplicar su producción (18.000 toneladas) respecto a 2013 (6.300) y ya exportan a 23 países. Sus mayores compradores son Alemania e Italia. “En España no hay todavía mucha cultura de consumir orgánico de comercio justo, pero Oxfam Intermón es un gran aliado”, apunta González. En las tiendas de la organización se puede adquirir el azúcar moreno, dorado o blanco marca Manduvirá.
Azúcar justo
La cooperativa cumple religiosamente los mandamientos del comercio justo: democracia y participación, no discriminar por razón de género, raza o religión, rechazar el trabajo infantil, pagar un precio justo y respetar el medio ambiente.
Los 172 empleados del Ingenio de Azúcar Orgánica Manduvirá, como ellos dicen, son socios o familiares de estos que han recibido formación específica para el puesto para el que han sido seleccionados. Con lo que la agrupación se ha convertido en un agente de revitalización social y económica de la zona. “Solo si no encontramos el perfil necesario, buscamos a la persona fuera de la cooperativa, primero en la región, luego en Paraguay y agotadas nuestras fronteras, en el mundo”, destaca González. En Cuba encontraron a Bernardo López, el gerente de planta con amplia experiencia en el sector.
“La idea es producir, como mínimo, 100 toneladas de azúcar por día”, explica López mientras palmea una de las tuberías de colores que culebrean la fábrica. Las 1.000 toneladas de molienda de caña orgánica que hacen falta para poder hacerlo se compran a los 950 labriegos cooperativistas. “Al mejor precio de Paraguay. Y eso que competimos con las grandes empresas”, asegura González. Reciben 165 guaraníes por kilogramo (tres céntimos de euro), un precio por encima de la media del mercado que estaba en 2013 a 160, según datos del Ministerio de Agricultura recogidos en un informe del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura. “Y nos aseguramos vender el 100% de la cosecha”, añade Alba Zarancho, productora y también operaria de la fábrica.
Ella es una del 35% de mujeres productoras de Manduvirá. Destaca el dato González en relación con el segundo de sus principios: no discriminar. “La mayoría son jefas de su hogar que no tienen pareja o son madres solteras”, especifica. En su opinión, la proporción podría ser mayor, “pero con la apertura de la fábrica, muchas hijas de productores prefieren trabajar aquí en vez de en el campo”.
Zarancho es de las que simultanea una cosa y la otra. Al principio trabajaba la tierra junto a su hermano. “Pero llegó un momento que decidí montármelo por mi cuenta. Una mujer puede hacer lo mismo que un hombre”, zanja. Hace siete años se unió a la cooperativa y hoy es también operaria en la planta. No se entretiene mucho en explicar más profundamente sus circunstancias y rápido vuelve a sus labores.
El jefe continúa el recorrido por las instalaciones. Detalla de dónde han traído cada máquina, para qué sirve y cómo funciona. “Los equipos de preparación y molienda son de Pakistán. Los motores, italianos”, recuenta López. Todos respetuosos con el medio ambiente. Tanto es así, que la fábrica genera la electricidad suficiente para su funcionamiento. “Con el bagazo, el residuo leñoso de la caña, calentamos agua y el vapor mueve las turbinas”, explica.
Pese a este proceso, aún queda excedente de leña. ¿Desaprovechado? No. “Hacemos compostaje natural para nuestros productores”, especifica el gerente de planta. Sin necesidad de utilizar ningún químico, de la producción orgánica y una fábrica ecológica salen nueve tipos de azúcares –blanca, dorada y marrón de tres grosores distintos cada una– “de la más alta calidad”, asiente López. “Hasta la cal hidratada [para el refinado] es orgánica”, abunda.
Desde la planta más alta de la fábrica se divisan el río Manduvirá, al que le tomaron prestado el nombre, y las plantaciones de caña de algunos locales. López va revisando las instalaciones mientras habla. “Esta fábrica está estratégicamente ubicada. Entre el 60 y 70% de los productores están a menos de cinco kilómetros, por lo que se reduce el transporte”, alardea González. Así, minimizan el impacto medioambiental del traslado y la frescura de la caña no se degrada. “Cuanto menos tiempo pase cortada, mejor”, detalla.
A la puerta de la factoría llega un vehículo cargado de haces de caña con el nombre de cada productor para evaluar si están en su momento óptimo de recogida. No sólo el producto tiene que ser de la mejor calidad, sino también el servicio al empleado. Manda descargar y dirige su discurso a la importancia de apoyar a las familias. Con la prima de Comercio Justo –pago adicional de un porcentaje del precio del producto, fijado por la Fairtrade International, que se da a los productores para su desarrollo socioeconómico y el empoderamiento de las comunidades– Manduvirá ofrece a sus socios desde servicios médicos y odontólogos, un programa de radio propio, hasta donaciones de útiles y uniformes escolares para los que tienen bajos ingresos.
Manduvirá es más que una fábrica de azúcar. Más incluso que un sueño. Es una revolución dulce: producen también justicia social. “Esa es nuestra esencia, aunque competimos en un mercado injusto”, termina González dejando caer su mirada en un mapa en la pared de su despacho
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