Los transeúntes paraban el tráfico de la avenida Reforma intentando llegar a tiempo a esta "Ultima Cita" con el cantautor cubano.
El espectáculo sobrevoló un tropel de emociones que llovían del gallinero a platea. Lágrimas y aplausos provocaban letra y música de canónicas canciones, algunas muy conocidas, y otras, un verdadero hallazgo para su público mexicano, pero todas iluminadas a mano en el nuevo modo de encarnarlas, retomarlas o darles vida junto a sus talentosos músicos acompañantes.
Se hace evidente el sutil emplazamiento sobre el amplio escenario. Silvio aparece al frente -sin aparente protagonismo- agrupado al centro guitarra en mano, rodeado de sus músicos en el mismo plano visual cerca de proscenio, creando así el ambiente de un formato de música de cámara, jazz, o tal vez de un grupo experimental donde todos tienen un rol esencial, expresándose en la diversidad de sus voces interpretativas con momentos de gran altura. El magistral e inspirado desarrollo en los solos de Niurka González (flauta y clarinete), o cuando Trovarroco se apropia del escenario para hacer virtuosotributo a Compay Segundo y el público (en ambos casos) rompe en catárticos aplausos. Acompañado de Jorge Aragón (piano), Jorge Reyes(contrabajo), Oliver Valdés (batería y percusión), Emilio Vega (vibráfono y percusión) Silvio interpreta sus canciones que se mueven en espacios poéticos, discursivos y también en relámpagos de gran independencia sonora, dando a cada uno su libertad interpretativa pero integrándolos en la coherente estructura del show.
El cantautor cubano ha estado muy comunicativo, o "hablantín" (como él mismo se ha llamado) Silvio canta y cuenta al público mexicano que lo vio crecer, particularidades cotidianas o intrínsecas de los temas sacados de la infinita discografía que él mismo puede confundir "no por los años, sino por la cantidad de discos".
Por pedido de Silvio su público escuchó (sin aplaudir) cuatro de sus grandes canciones engarzadas en una suite con ambiente de exposición de arte, estructura que contiene - entre otros- su célebre tema "Oleo de mujer con sombrero". El silencio rotundo y el grito repetido de: "Silvio, canta lo que tú quieras" me hace pensar que lo ha logrado, la capacidad de reproducir su naturaleza en un mega escenario como el del Auditorio Nacional, ese encuentro íntimo, humano, privado, como en la sala de una casa; ese místico y doméstico lugar del que venimos, la noche de descarga, el minuto esencial en que un joven poeta fuma, titubea, y al fin decide leer nervioso sus versos por primera vez a los amigos, mientras el silencio, el ron y las guitarras, "el té y la simpatía", nos envuelve en las cubanas y eternas visitaciones.
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