El último gran mito del rock sigue consumiéndose sobre las cenizas del grunge dos décadas después de su muerte
«Apartó la caja de puros, flotando cada vez más rápido y sintiendo al mismo tiempo que la respiración se le ralentizaba. Tenía que darse prisa: estaba volviéndose todo borroso, y un tono verde agua envolvía los objetos. Cogió la escopeta y se la apoyó en el paladar. Haría ruido; de eso estaba seguro. Y, acto seguido, desapareció». Solo que no desapareció. El periodista Charles R. Cross recreaba en «Heavier Than Heaven» los últimos minutos de vida de Kurt Cobain (1967-1994), el momento más o menos exacto en que el músico estadounidense fundió definitivamente a negro el 5 de abril de 1994 y escribió un punto final que, sin embargo, ha acabado por convertirse en el punto y seguido más voluminoso de la historia reciente del rock.
Una historia permanentemente inconclusa que se nutre de reediciones, antologías, biografías, colecciones de fotos, diarios personales, documentales e incluso largometrajes, y que ha acabado por convertir el funesto mantra «me odio y quiero morir» en un eslogan de camiseta. Cobain, el músico que se despidió asegurando que «es mejor quemarse que apagarse lentamente»,condenado a consumirse, poco a poco, sobre las brasas del mito y las cenizas del grunge.
Ahí están, por ejemplo, «Here We Are Now: The Lasting Impact Of Kurt Cobain», «Nirvana: The Ilustrated History» o un cómic biográfico, nuevos lanzamientos publicados coincidiendo con el aniversario de su muerte y que arrojan un poco más de gasolina a la pira funeraria del ídolo caído. Y eso por no hablar de las «nuevas» fotografías de la escena de la escena del suicidio, dos imágenes inéditas filtradas a modos de bodegones postmortem, que la policía de Seattle publicó a finales de mes anticipándose al más que previsible aluvión de preguntas sobre el caso. ¿Cobain? Sí, ahí lo tienen, reducido a un montón de objetos apilados y utilería estupefaciente. Más munición para alimentar al ídolo torturado.
Así que se cumplen veinte años desde que Kurt Cobain dio con sus huesos en el invernadero de su casa de Seattle y, por más que no haya a la vista ningún artefacto discográfico destinado a conmemorar la onomástica -será que la reedición de «In Utero» (1993) es aún muy reciente o, simplemente, que ya no queda nada que exhumar más allá de esas maquetas en solitario que se dice grabó antes de morir- su ausencia es, al mismo tiempo, la más clamorosa de las presencias.
Lo es y lo seguirá siendo cuando, el próximo jueves, Nirvana ingrese en el Rock And Roll Hall Of Fame y Dave Grohl y Krist Novoselic,escuderos de Cobain en su cruzada grunge, suban al escenario solos. De la mano de Michael Stipe (R.E.M), sí, pero sin Kurt. «El presentador sonríe y se lleva los dedos índices y medio, como si fuera una pistola, a la boca. No resulta necesario que Sean le traduzca lo que está diciendo. Kurt Cobain se ha suicidado», escribe Manuel Astur en «Quince días para acabar con el mundo», novela de corte generacional publicada este mismo año y que acaba, como muchas otras cosas en aquel momento, con el líder de Nirvana metiéndose una escopeta en la boca.
El primer testamento
Ese fatídico 5 de abril, Kurt Cobain se fumó unos cuantos cigarros, escribió en dos tandas una nota de suicidio y, tras inyectarse una dosis de heroína, se pegó un tiro. Se mató, sí, pero, en realidad, ya había empezado a morir un poco cada día desde que una sobredosis le dejó tirado en una habitación de hotel de Nueva York en enero de 1992. No había pasado ni medio año desde que «Nevermind»(1991) le convirtiese en estrella a regañadientes y portavoz involuntario de una generacióntocada y hundida, y así es precisamente como estaba el propio músico.
Tocado, hundido y contrariado con una celebridad que no sabía (ni quería) manejar. «Ya hace demasiado tiempo que no me emociono ni escuchando ni creando música, ni tampoco leyendo ni escribiendo (…). En estas tres últimas giras he llegado a valorar mucho más a toda la gente que he conocido personalmente o como fans de nuestra música, pero a pesar de ello no puedo superar la frustración, el sentimiento de culpa y la empatía que siento por todo el mundo», escribiría Cobain el día de autos en su nota de suicidio.
Una carta de despedida cuyos primeros esbozos se encuentran en «In Utero», el tercer y último disco de estudio de Nirvana y un mazazo de angustia, tensión, enfermedad y muerte. Casi todo lo Cobain expuso en su nota de suicidio es fácilmente rastreable en un disco que,generosamente reeditado el año pasado con motivo de su 20 aniversario, destila rabia y frustración. «La angustia adolescente ha pagado bien, ahora estoy aburrido y viejo», escupe en «Serve The Servants», arranque de un disco que el batería de la banda, Dave Grohl, ha reconocido que no puede escuchar sin pensar en la muerte de su compañero.
Así que se cumplen 20 años del suicidio de Cobain y a los amantes de las fechas les gustará saber que en breve también se cumplirán dos décadas desde que apareció el «Unplugged In New York»,souvenirpostmortem que convirtió a Nirvana en una banda para todos los públicos y que, intuyendo quizá lo que estaba por venir, Cobain concibió como una suerte de funeral, lirios negros y velas incluidos. Llevaba mucho tiempo planeando su adiós pero, a día de hoy, parece que todavía no lo ha conseguido.
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