sábado, 5 de abril de 2014

María Félix, 100 años de "una mujer con corazón de hombre"

Tuvo cuatro maridos e incontables amoríos. Era ingeniosa y cortante. El martes es su centenario




Definen los americanos un género cinematográfico como «más grande que la vida» (bigger than life). Algunos singulares personajes consiguen forjar así su biografía. Uno de ellos, sin duda, es María Félix, la bellísima actriz mexicana, de cuyo nacimiento se cumplen 100 años el 8 de abril (y doce de su muerte, en la misma fecha). La llamaban «María Bonita», por la canción que le dedicó Agustín Lara; también, «La doña», como intérprete del personaje creado por Rómulo Gallegos;«La mujer sin alma» y «La devoradora», por el título de sus películas; los franceses, sin más, «la plus belle femme du monde». Separar su biografía de su leyenda es inútil. Lo resume certeramente Octavio Paz: «Nació dos veces: sus padres la engendraron y, después,ella se inventó a sí misma; nació como un relámpago que desgarra las sombras». Pero conviene recordar algunos datos: nació en Álamos, Sonora. Su madre, Josefa Güereña, era hija de españoles. Se crió en el campo, con 11 hermanos, con los que compartía juegos de muchachos. Se sentía tan unida a su hermano Pablo que sus padres los separaron, enviándolo a él a un colegio militar, donde murió en circunstancias misteriosas. Fue reina de la belleza en Guadalajara.
A partir de 1942, rodó 42 películas: en México, con el Indio Fernández, «Enamorada», «Río escondido» y «Maclovia»; junto a Jorge Negrete, Pedro Armendáriz, Pedro Infante y Dolores del Río («La cucaracha»). En España, con Sáenz de Heredia y Bardem (la Niña Chole en las «Sonatas» de Valle Inclán). En Francia, con Jean Renoir(«French Can-Can»). Se casó cuatro veces; tuvo más amores A muchos deslumbró su belleza. Escribió Jean Cocteau: «Es tan intensa su hermosura que duele». Pero ella reivindicaba que no era su único mérito: «No es suficiente ser bonita: hay que saberlo ser...». Fue considerada «mexicana del mundo»: «A los mexicanos les he convenido mucho: creen que todas las mexicanas son como yo...». Se negó a trabajar en Hollywood, para no hacer los papeles de india que le ofrecían: «Las indias las hago en mi país. En el extranjero, sólo encarno a reinas».

Cuatro matrimonios

Se casó, muy joven, con Enrique Álvarez. Él era demasiado celoso: entraban en el cine cuando ya había comenzado la proyección, para que nadie la viera; no quería ir con ella a los toros. Con él tuvo a su hijo Enrique Álvarez Félix, al que adoró hasta su muerte, en 1996. Cuando la pareja se separó, el padre raptó al niño. Ella le devolvió la moneda, raptándolo, cuando contrajo matrimonio con Agustín Lara, «el Flaco de oro», en 1945.
De jovencilla, le había dicho a sus amigas: «Un día me voy a casar con este señor que canta tan bonito». Y cuando lo conoció: «Me lo voy a conquistar esta noche». Él tenía ya 48 años, su familia se había arruinado en la Revolución, trabajó como pianista en un burdel: de allí sacó una cicatriz en la cara, por un botellazo. Se hizo popular en la radio: «Estoy casado con un micrófono». Se enamoró locamente de María. Como regalo de bodas, le escribió «María Bonita»: «Acuérdate de Acapulco, / de aquellas noches, / María Bonita, María del alma». Con su ingenuo erotismo retórico: «Tu cuerpo, del mar juguete, / nave al garete...». También le dedicaron canciones Juan Gabriel («María de todas las Marías»), José Alfredo Jiménez («Ella»), Cuco Sánchez («Doña»)...
Su boda con Agustín Lara fue un clamor popular. Ella defendía su elección: «Toda la gente lo veía feo. Pero, en la intimidad, ganaba a cualquiera». El matrimonio duró sólo un par de años. Lo dejó por sus infidelidades, después de un intento de matarlo... Muchos cantantes siguieron cantando este bolero. Cuando María asistía al recital, se la dedicaban y ella, de pie, recibía el homenaje... En su primera película, «El peñón de las ánimas», había conocido a Jorge Negrete, el gran mito varonil mexicano. Su primer encuentro fue desastroso: «Yo no quiero trabajar en el cine y menos si hay en él tipos tan majaderos como usted». Pero él estaba loco por ella. Se casaron en 1952, pero él murió un año después. En 1956 se casó de nuevo con Alex Berger, que le proporcionó tranquilidad y una gran posición económica. Vivieron juntos, en Francia y en México, durante 18 años, hasta que él murió. Fue su matrimonio más duradero.

Otros hombres

Desde 1981, fue pareja del joven artista Antoine Tzapuff, que pintaba escena indígenas. Pero hubo más hombres en su vida. Por ejemplo, el actor argentino Carlos Thompson, con el que llegó a anunciar su boda, antes de romper el compromiso. O el millonario Jorge Pasqual, que le enviaba avionetas cargadas de flores (ella le pedía que cambiara sus regalos por sacos de arroz y maíz, para repartirlos a los indios). Una vez que María perdió su equipaje, en Nueva York, él hizo que abrieran, para ella, los almacenes Sak’s. La pintora Leonor Fini le presentó al joven escritor francés Jean Cau, secretario de Sartre, tan amigo luego de España y de la Tauromaquia (con Jaime Ostos y su cuadrilla viajó un verano entero, para escribir su libro «Las orejas y el rabo»). Ella no accedió a su petición de matrimonio.
Su relación con Luis Miguel Dominguín la he resumido en mi biografía del torero. En 1951, la prensa internacional los localizó a la puerta de un hotel de París; él llevaba una espectacular capa española. Al año siguiente, el 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe, toreó Luis Miguel en México, en un ambiente muy hostil, por el viejo pleito del convenio taurino hispano-mexicano, la rivalidad con Arruza y hasta cuestiones políticas, por la presencia de muchos españoles del exilio. Al diestro le gustaba provocar a sus enemigos y declaró: «¡A mi lado, Hernán Cortés es un caniche». ¡Imagínese cómo lo recibió el público! Tiempo atrás, ella se había sentido obligada a declarar que jamás sería la amante de un enemigo de México. Vestido de rosa y oro, el diestro, muy serio, se dirigió a la barrera que ocupaba «La doña» y le brindó, en voz alta: «Por nuestros recuerdos». En el tendido, sonó una voz popular: «¡María, lídiame de sobrero!». Luego, cortó las orejas y salió en hombros. Un amigo de Luis Miguel me contó que su relación con María Félix había sido «más larga, intensa y trascendente» de lo que suele creerse. Años después, en la intimidad, él seguía hablando de la bellísima actriz.
Más novelesca todavía es su relación con Diego Rivera y Frida Kahlo: «Los quise mucho, fueron mis amigos pero ni Frida ni Diego me parecen pintores. ¡Les falta!...». Diego estaba loco por María, la consideraba «un ser monstruosamente perfecto», le pidió matrimonio; Frida también le rogó que se casara con él. María no quiso. Él la pintó muchas veces. Una de ellas, en su gloriosa desnudez, en un cuadro que conservaba en su casa la actriz. Una vez, ella llamó a un obrero y le hizo que, con yeso, borrara, en el cuadro, algunas partes de su cuerpo...

Una gran diva

María Félix llegó a ser amiga de Eva Perón, Jean Genet, Salvador Dalí, Gérard Philippe, Yves Montand... Coleccionaba porcelanas, muebles, pinturas, joyas («a mí, las únicas perlas que me han hecho llorar son las falsas»), serpientes de cascabel. La vistieron Cocó Chanel, Givenchy, Yves Saint Laurent, Balenciaga. Hermès le confeccionó todo lo relacionado con su cuadra de caballos, que tenía en Chantilly. Usaba abrigos, diseñados por ella misma, de pantera, cibelina, chinchilla... Se hizo una falda con una capa pluvial: «Mi cintura es del tamaño del cuello de un cura». En su madurez, sus declaraciones eran una mina para los periodistas del mundo entero. Hablaba con libertad de todos los temas. Delante de la estatua de un desnudo masculino, en el Museo de Antropología, afirmó: « La escultura habla por sí sola. Hay civilizaciones que tienen de más». No opinaba lo mismo de la actual: «Ya no hay hombres como los de antes: Zapata, Pancho Villa... Se ha perdido mucho. Como algunos hombres no se ponen los pantalones, nosotras nos los vamos a poner».
Cortaba tajantemente a los periodistas que la incomodaban. Por ejemplo, a uno que le preguntó por su edad: «He estado muy ocupada viviendo mi vida, no he tenido tiempo de contarla». O al que le interrogó si era lesbiana: «Si todos los hombres fueran como usted tendría que serlo». Defendía la libertad, en el amor: «Lo que hacen las gentes de la cintura para abajo son sus historias, no las mías». Ella había practicado esa libertad: «Yo siempre escogí a mis hombres... Sólo he sido una mujer con corazón de hombre».
No era nada humilde: «¡Estoy hasta arriba de la cabeza de los pendejos! La vida me hizo y, probablemente, me hizo muy bien». A un entrevistador televisivo le espetó algo que podría haber dicho la Gloria Swanson de «El crepúsculo de los dioses»: «No me creo la Divina Garza... ¡Yo soy la Divina Garza!»
No era vanidad sino orgullo: pero conocía su propio valor: «La vida de una artista es sueño; si no es sueño, no es nada». Eso fue ella, para muchísimas personas, en el mundo entero: un inalcanzable sueño. Se lo cantó «el Flaco de oro», como regalo de boda: «Porque te sientes idolatrada... María Bonita».

ANDRÉS AMORÓSABC_ES / MADRID
 - http://www.abc.es/estilo/gente

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