domingo, 25 de agosto de 2013

Mejores y más baratas: la llegada de las mujeres a la oficina



La máquina de escribir es obsoleta en las oficinas modernas. Sin embargo, jugó un papel crucial en la llegada de las mujeres al lugar de trabajo.
En 1887, el escritor Rudyard Kipling conoció a un grupo de las primeras generaciones de jóvenes con máquinas de escribir durante una visita a San Francisco.
Le despertaron una mezcla de temor y fascinación, pues insistían en que su trabajo era agradable, su "destino natural".
-"Bueno, ¿y después?", dije. "¿Qué ocurre?"
-"Trabajamos por el pan"
-"¿Hasta que mueran?"
-"Sí, a no ser que nos casemos con nuestros empleadores... al menos eso es lo que dicen los periódicos", dijo una compañera

(La mecanógrafa Birdie Reeve Kay era capaz de escribir más de 200 palabras por minuto.)

En las oficinas de hoy en día, casi todas las tareas aburridas son realizadas por mujeres. Están en la fotocopiadora, en el archivador (o su equivalente digital) y en el mostrador de recepción. Es tan así que cuando conocí hace unos años a mi primer asistente personal masculino me sorprendí casi tanto como Kipling.
La feminización del trabajo de oficina sucedió increíblemente rápido. En Reino Unido, por ejemplo, hasta finales del siglo XIX no había mujeres en las oficinas. En 1870, había apenas mil de ellas. En 1911 eran 125.000, mientras que en 1961 sumaban 1,8 millones y en 2001 había 2,5 millones de empleadas de sexo femenino.
Pero, ¿cómo empezó todo?

Fuera de la jaula

Una fotografía tomada en 1899 muestra a una mujer joven sentada en un escritorio con las piernas cruzadas. Tiene puestos unos zapatos lindos y hay una bicicleta apoyada en su escritorio. Sobre la mesa hay una manzana a medio comer, un vaso, un calendario de escritorio, algunos archivos y... una máquina de escribir Remington estándar 2.

La primera máquina de escribir comercial fue fabricada por E Remington and Sons.
Es una imagen bastante atrevida para la época, incluso es posible ver su pierna y tobillo.
Pero lo que muestra en realidad es un nuevo tipo de mujer que trabaja con dos instrumentos de emancipación: la bicicleta y, más importante aún, la máquina de escribir.
La revista American Journal señaló en 1898: "Ninguna experta puede manejar la máquina de escribir o la bicicleta si se le mantiene en una jaula de huesos y acero" (referencia a los corsé).
La chica, así como la máquina de escribir, era una exportación estadounidense.

Una mujer liberada

"La marca más importante fue la Remington", dice Alex Werner, director de colecciones del Museo de Londres, que tiene varias versiones de las primeras máquinas.
"Ellos produjeron hermosos anuncios con mujeres atractivas escribiendo a máquina".
La mecanógrafa típica era una mujer liberada. Los novelistas y dramaturgos George Gissing y JM Barrie estaban fascinados con ella y crearon heroínas que vestían ropa cómoda, montaban bicicleta, fumaban y salían a pasear con los anarquistas por la campiña inglesa.
(Los escritores George Gissing y JM Barrie se sintieron inspirados por las mujeres liberadas.)

Una versión de estas pioneras en la vida real fue Janet Hogarth, la primera recepcionista del Banco de Inglaterra en 1893.
Terminó la carrera de filosofía de Oxford y se graduó con honores, fue la primera de su clase. Aunque era muy buena en lingüística, su trabajo era sumamente aburrido.
"Era monótono, tenía que lidiar esencialmente con la cancelación de billetes, su clasificación y su registro en los libros de contabilidad", le cuenta a la BBC John Keyworth, curador del Museo del Banco de Inglaterra.
Las mujeres eran más baratas que los hombres y se hicieron cargo de los trabajos que previamente hacían los chicos jóvenes bajo la supervisión de hombres mayores.
"Le dieron seis meses para aprender el trabajo", añade Keyworth. "Ella lo dominó en muy poco tiempo".
Hogarth escribió sobre el tema en su autobiografía. "Era increíblemente relajante sentarse en la tranquila habitación de arriba, sin nada más que hacer que sino ordenar los billetes según sus estampados como si fueran naipes".
"Aprender todo sobre las pequeñas marcas que tenían, apilarlos como castillos de cartas, agruparlos en grupos de sesenta y finalmente escribir sus números en libros hechos del mejor papel, como si la intención fuese que duraran para siempre".

Peligrosas



En el siglo XIX era inconcebible que los hombres trabajaran junto a las chicas de la máquina de escribir, por temor a dañar su moral. Aunque no estaba claro cómo ocurriría ese daño, se creía que era mejor mantener separados a ambos sexos.
Los hombres y las mujeres tenían entradas distintas, diferentes horarios de trabajo y comedores, y a ellas a menudo se les ubicaba en áticos o en otros sitios retirados para que nadie pudiera verlas.
La autobiografía de un empleado de sexo masculino en el Banco de Inglaterra recuerda cuán ridículo que era todo.
"En las calles todo era seguro pero apenas emplearon a alguien del sexo femenino en esta fortaleza prohibida empezaron a pronosticarse todos los horrores imaginables", escribió el autor.
Pero eso no era todo. Con el fin de evitar el peligro de que las chicas de las máquinas de escribir anduvieran por ahí, muchos empleadores se negaron a dejarlas salir durante el almuerzo. A las mujeres en la Oficina de Correos de Inglaterra no se les permitió un respiro de aire fresco al mediodía hasta el año 1911, y esa 'libertad' se ganó sólo después de un tremendo enfrentamiento y apelaciones personales al director general.

Desde un punto de vista masculino

Y, ¿cómo se sentían los hombres con sus nuevas compañeras de trabajo?
La respuesta no sorprende: no estaban contentos en lo absoluto.
Parte de la hostilidad era bastante justa. Las mujeres eran una fuente inagotable de competencia barata. Un artículo particularmente condescendiente fue publicado en el Liverpool Echo en 1911:
"En lugar de regodearse con novelas de amor o hacer ganchillo cuando no están tecleando, estas intrépidas de la máquina de escribir deberían ocupar su tiempo libre lavando las oficinas y quitando el polvo, lo que sin duda es más adecuado para su sexo. Eso les daría un poco de práctica y visión del trabajo que les tocará hacer si logran casarse con uno de los empleados pobres cuya subsistencia están dificultando".
Pero en realidad la llegada de las mujeres a la oficina no era del todo mala para los hombres.
Si tenían hijas en edad de trabajar, el ingreso de sus hogares mejoraba. Y a medida que las mujeres comenzaron a hacer los trabajos tediosos, las posibilidades de promoción de los hombres eran más altas. Además, por supuesto, las mujeres eran agradables a la vista y posibles candidatas a esposas y amantes.

Barreras laborales

Mientras tanto en el Banco de Inglaterra, el jefe de contabilidad -un tal señor Stuchbury- trabajaba intensamente con su cronómetro para calcular si emplear a mujeres era una buena idea después de todo.
Quería comprobar algo que siempre me ha interesado: ¿son las mujeres más meticulosas que los hombres? Su respuesta fue la que yo imaginé: sí.
Encontró que 37 mujeres habían contado la misma cantidad de billetes que 47 hombres y con menos errores. Pero también señaló que las mujeres estaban de baja por enfermedad con más frecuencia que los hombres.
Para Stuchbury lo último era un factor decisivo, pero su asistente le demostró que contratar a mujeres salía mucho más barato. Había que tener en cuenta -le señaló- "el ahorro considerable a largo plazo... si se tenía en cuenta que las mujeres nunca ganarían más de 85 libras", mucho menos que las 300 que le pagaban a todos los hombres.


En otras palabras, lo mejor de las mujeres era que no había que promoverlas. Las barreras laborales eran evidentes desde el principio.
Y había otro aspecto positivo. Gracias a que era prohibido que las mujeres casadas trabajaran (lo que sorprendentemente se mantuvo hasta la década de los años 60 en Reino Unido), las empleadas cambiaban constantemente: se casaban, se iban y nuevas chicas tomaban su lugar.
Pero, ¿qué pasaba con las mujeres que no se casaban? Eran promovidas, pero no mucho. Su trabajo era cuidar a las mecanógrafas más jóvenes.
Esta era la situación de Hogarth, quien escribió con cierta amargura: "Las chicas muestran un fervor y un entusiasmo que ningún hombre piensa emular. Pero el problema viene cuando crecen, se convierten en mujeres de mediana edad y siguen en un trabajo sólo apto para principiantes. Se convierten en máquinas".
Hogarth salió del banco en 1905 para trabajar como directora del Cheltenham College, un cargo mucho más apropiado para una mujer de su inteligencia.
Pasó mucho tiempo antes de que una mujer pudiera realizar tareas más interesantes en el Banco de Inglaterra. Y más de un siglo después, aunque ha habido cuatro mujeres en el comité de política monetaria, ninguna mujer ha llegado a ser gobernadora.

Lucy Kellaway
Columnista del Financial Times, especial para la BBC

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