jueves, 8 de agosto de 2013

Alberto Granado

8 de agosto de 1922: nace Alberto Granado, escritor argentino.


CON EL CHE POR SUDAMERICA
Por ALDO ISIDRON DEL VALLE 
Investigador titular del centro Nacional de Sanidad Agropecuaria (CENSA) en La Habana, el profesor Alberto Granado (Córdoba, 1922; residente en Cuba desde 1961) desliza su palabra ágilmente cuando evoca recuerdos lejanos, e imprime vida a episodios quijotescos y aventuras inolvidables disfrutadas junto a su amigo de la infancia Ernesto Guevara de la Serna, durante el novedoso safari que realizaron en moto por Argentina, Chile, Perú, Colombia y Venezuela. Aquel recorrido comenzó en Córdoba, en diciembre de 1951, y finalizó el 26 de julio de 1952, en Caracas. Fue un raid de casi 10000 kilómetros.

Los apuntes de Granado sobre el viaje, ordenados con oficio de artesano, adquirieron forma de libro que la Editorial Letras Cubanas publicó en 1986 con el mismo titulo que lleva esta entrevista.

En la sala-comedor del hogar de Granado, en la capital de Cuba, transcurre nuestra charla; es casi medianoche, sábado. Estoy rodeado de libros científicos, de literatura política y de otros géneros.

Las obras completas de nuestro héroe nacional José Martí, discursos del comandante en jefe Fidel Castro y tomos de la obra del Che Guevara se destacan en la nutrida biblioteca.

Tengo frente a mi el diario de Granado, así como notas, cartas y artículos que aparecen en Mi hijo El Che, de Ernesto Guevara Lynch, en los capítulos que tratan sobre el periplo que marcó hitos en la vida de Alberto y Ernesto, bioquímico uno, estudiante de medicina el otro, los dos amantes tozudos de la ciencia y la aventura.

Antes de entrar en el mundo de sus recuerdos sobre el safari en la Poderosa II (tal era el nombre de la moto), Granado rememora la última vez que habló con su amigo Ernesto Che Guevara:

-Fue en Santiago de Cuba. Allí vivía con mi familia e impartía clases en la Universidad; sin anunciarse, apareció Ernesto con Aleida March, su esposa, y una discreta guardia personal. Yo no sospeché que iba a despedirme para siempre del amigo y le pregunté: “Ernesto. ¿qué querés hacer vos?”. “Lo que tú digas”, respondió sonriendo. “Pues voy a darme el lujo, por vez primera en mi vida, de invitar a almorzar a un ministro y su esposa. ¡Vamos a una pizzería recién inaugurada aquí en Santiago que es una maravilla!”.

Y agrega Granado:

-Yo no comprendía que Ernesto no quisiera ir en aquel momento a lugares públicos, sino departir con el amigo. No sospechaba qué había detrás de aquel gesto suyo; por su puesto, cuando nos sentamos a comer en la pizzería Fontana de Trevi empezó a llegar gente para verlo. Se corrió la voz de que allí estaba el Che y en pocos minutos se inundó aquello de un mar de pueblo.

"Fueron momentos muy agradables. Cuando ya se iba, me estrechó la mano y me sugirió que reclamara un libro dedicado por él y siguiera sus instrucciones al pie de la letra. Fueron dos libros. Un amigo común me los entregó después de la muerte del Che en Bolivia".

En La guerra de guerrillas, escribió: "Alberto, para que tengas esperanzas de no acabar tus días sin sentir el olor de la pólvora y el grito de guerra de los pueblos, una forma sublimada de recibir emociones fuertes, no menos interesante y más útil que la utilizada en el Amazonas".

Y en la obra El Ingenio de Moreno Fraginals, puso la siguiente dedicatoria: "No sé qué dejarte de recuerdo. Te obligo pues a internarte en la caña de azúcar. Mi casa rodante tendrá dos patas otra vez y mis sueños no tendrán fronteras, hasta que las balas digan, al menos. Te espero, gitano sedentario, cuando el olor a pólvora amaine. Un abrazo a todos, inclúyeme a Tomás. Che".

Granado afirma que él nunca se ha despedido del Che:

-Para mí sigue vivo, igual que en los tiempos de nuestros años mozos allá en Córdoba, cuando jugábamos fútbol y rugby, cuando discutíamos de política y literatura y atendíamos a los enfermos en los leprosorios. Por eso, la despedida en Santiago de Cuba fue un “hasta luego” de dos hombres que ofrecían aquí en Cuba su cuota de esfuerzos en la construcción del socialismo.

ERNESTO POR PRIMERA VEZ

-Conocí a Ernesto durante mi etapa de estudiante, cuando yo cursaba Bioquímica en la Universidad de Córdoba. Respondiendo a los continuos atropellos de que éramos víctimas, mis compañeros decretaron una huelga en la que participé. Nos detuvieron y condujeron a la comisaría. Allí permanecimos casi secuestrados, sin someternos a juicio. Un día apareció mi hermano Tomás con su amigo Ernesto Guevara. Me traían comida porque en la comisaría no nos daban alimentos -prosigue Granado, y precisa:

-Conversando con Tomás y Ernesto les expliqué que debíamos salir a la calle para esclarecer a las masas nuestra actuación y que el pueblo apoyara nuestras justas demandas. Y no dejó de asombrarme la respuesta del jovencito Guevara, quien replicó: ¡Qué va, Alberto! ¿Salir a la calle para que la policía te corra a bastonazos? No. Salgo a la calle con un bufoso (un revólver) para defenderme-.


"Por aquella época de nuestro encuentro, el rugby era un deporte muy en moda; era violento, pero también daba cierto chic. Había gente que lo practicaba por su amor al deporte y otra, porque era chic, aunque renunciaba a él cuando recibía cuatro o cinco golpes. El rugby es más duro que el fútbol", precisa mi interlocutor.

Un día Tomás le dijo a su hermano Alberto que Ernesto tenia intenciones de jugar rugby. Por aquel entonces éste tendría unos 14 años, era delgado, asmático, pero decidido y con una voluntad de acero. Al observar su físico, Alberto pensó en otros que habían fracasado al primer intento y con cierto aire profesoral le dijo a Guevara:

-Bueno, para ser jugador de rugby hay que pasar un examen de ingreso...

Esa prueba consistía en improvisar una cancha con dos sillas y una escoba y tirarse por encima de ésta con el hombro. Ernesto se puso su camiseta y saltó una vez, dos, tres... y sí Alberto no dice ¡basta! hace un hueco en el cemento.

-Esas fueron mis primeras impresiones sobre Ernesto. Después despertó mi atención su capacidad intelectual, cimentada por la lectura, principalmente. A veces, cuando se habla del Che, en seguida se piensa en su cultura y en su voluntad, como algo innato... ¡Nadie nace con cultura y voluntad! Ambas cualidades hay -que cultivarlas y Emesto es un buen ejemplo de ello- narra el viejo camarada del Che.


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