Autor: José Luis Sampedro.
El viejo contempla el testarudo puñito asiendo el embozo, se conmueve ante ese cuerpecito tan tierno aún y ya capaz de viriles erecciones. Le habla de la verdadera Navidad, la Notala; no la aburrida ceremonia de esta noche. La de allá, la noche en que se siente nacer algo grande en el cuerpo y un tiempo nuevo en el mundo.
"¿Sabes, angelote mío?", piensa para el niño, "en ese día hasta se mete uno con los ricos y no pueden denunciarte a los carabineros...Porque yo empecé muy pobre, sin todo lo que tú tienes. ¡Y más que tendrás, porque no dejaré a mi yerno chuparlo todo en Roccasera!... Yo fui un niño sin zapatos que iba con otros a cantar a las ventanas de los dos ricos que había, el padre del Cantanotte y el señor Martino que, fíjate, con el tiempo acabó siendo mi suegro. ¡Por poco murió del disgusto cuando me llevé a su hija y tuvieron que casarnos! Tuvo gracia. A no no me atravesaba nadie, y así dio esa vuelta el mundo, que es un tiovivo y hay que saber subiré en marcha al caballo blanco, el más bonito, ya te enseñaré...Pero la boda fue mucho después, yo al pie de su ventana ni soñarlo podía. Le cantábamos una sirina, copla de Navidad para pedir unas perras, y si tardaban en echarlas les insultábamos y les deseábamos el mal de ojo..., ¡que coplas!, de risa, recuerdo una:
No seas tú como el burro
que hace sordas sus orejas,
sin nos das para vino,
capao el buey te veas.
(.......)
El tiempo en suspenso vuelve a ponerse en marcha. Se levantan, salen a la calle y retornan hacia la cercana vía Borgospesso, que dejaron atrás en su peregrinación a San´t Angelo. El frío arrecia, ella se arrima al hombre y caminan más de prisa...
Se despiden en el portal de Hortensia.
-Feliz Año Nuevo.
Ella ofrece su mejilla como cuando él le llevó las rosas y él se quita el sombrero y le besa en las dos. Cuando se aleja después de verla entrar, se lleva consigo una suavidad en los labios, un roce de cabellos en su frente, un sereno perfil en su memoria.
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