jueves, 8 de agosto de 2013

las manías de los escritores más famosos



Hemingway en posición vertical, Graham Greene con lápiz y Faulkner sobre papel azul. Para Günter Grass una inseparable Montblanc y para Goethe un caballito de madera. Dostoievski caminaba por su habitación...cosas de genios.
A todos los que hemos leído Rayuela no nos resulta imaginar a Cortázar sorbiendo mate del poro y devorando decenas y decenas de libros, o corrigiendo manuscritos con un bolígrafo, señalando cada renglón de forma compulsiva. Las manías de los escritores pueden contarserpor decenas, o por miles. Cada cuál con sus manías, todos tienen un genio y un ingenio especial. Algunos responden a un extraño ritual en el que nada queda al azar. Un claro ejemplo de esta planificación es García Márquez, quién sólo escribe si tiene en su despacho una flor amarilla que dice, le trae buena suerte para escribir. Parece que el de Aracataca es supersticioso pues siempre utilizaba (antes del ordenador a sus letras) una máquina de escribir de la misma marca para que tuviera la misma letra, un papel blanco de 36 gramos y una hoja de tamaño carta.
Muy organizados con los horarios, los tiempos y las palabras son, por ejemplo, Anthony Burgess, quien escribía aproximadamente 300 palabras al día. Nada que ver con Isaac Asimov, quien trabajaba 8 horas al día 7 días a la semana sin festivos y con un horario totalmente inflexible. Algo parecidísimo a la rutina que se ha autoimpuesto Stephen King, quien se levanta a las 8 y media y sigue un ritual que incluye vitaminas, música y mucho orden con los papeles. También metódico es Haruki Murakami. Se levanta a las 4 de la mañana, trabaja 6 horas y practica todos los días deporte. Se va a la cama a las nueve. Viendo las rutinas de los tres, ¿a alguien le extraña que sean algunos de . A la tarde corre 10 kilómetros o nada dos kilómetros, lee, escucha música y se va a la cama a las 9. Viendo estas rutinas, ¿a alguien le extraña que que sean tan prolíficos? Aunque tanto trabajo también tiene sus desventajas: Michael Chrichton, el padre de Parque Jurásico (y también de la serie Urgencias) era un auténtico adicto al trabajo que únicamente escribía o pensaba en escribir. Se casó cinco veces y se divorció cuatro.


Si ,los horarios son algunas de las manías de los escritores también lo es su atuendo. Alejandro Dumas vestía una especie de sotana roja, de amplias mangas, y sandalias para poder inspirarse para escribir y el conde Buffon sólo vestida vestido de etiqueta y con la espada en el cinturón. Balzac se acostaba por la tarde y se despertaba a media noche, se vestía ropas de monje y se ponía a escribir ininterrumpidamente durante horas y horas seguidas en las que el café era su único alimento. John Milton escribía envuelto en una vieja capa y Pierre Loti con trajes orientales a juego con su despacho turco.


Jean-Jaques Rousseau y Montaigne necesitaban auténtico silencio para trabajar. El primero, se marchaba al campo, donde incluso el ruido de los pájaros le molestaba y el segundo pasaba épocas encerrado en una torre, cual princesa de cuento, para poder escribir. Hay quién prefería extrañas compañías, como Lord Byron, quien siempre llevaba trufas en el bolsillo, pues su olor le resultaba inspirativo. Mucho peor olor pero igual inspiración la de Ernest Hemingway, de quien dicen escribía con una pata de conejo raída en el bolsillo. El compañero de preferido de Marguerite Duras era una botella de whisky, que le daba sensación de estar escribiendo en un bar, lo mismo que le ocurría a Sartre para quien ruido, tabaco y alcohol daban tranquilidad y sosiego.



A Neruda le gustaba escribir siempre con tinta verde y John Steinbeck trabajaba siempre con lápices redondos, para que sus aristas no se le clavaran, pero tenían que ser lápices redondos para que las aristas no se le clavaran en los dedos. Incómodo eran para él los lápices estándar, pero no todos huyen de la incomodidad. Por ejemplo, Henry Miller tenía manía a la comodidad y decía que sólo lo incómodo hacía volar su imaginación. Nada que ver con Proust, que se pasó media vida en la cama y que convirtió ésta en una gran algarabía de folios y retazos de papel a medio escribir. Lo de estar en la cama era casi normal: Marcel Proust era un auténtico hipocondríaco que tenía miedo a la asfixia y que escribía sin cesar tumbado para evitar, pensaba él, un ataque de asma.



Entre mis preferidos, Dostoievsky: tenía miedo a la oscuridad y sufría manía persecutoria, por lo que escribía(o dictaba sus textos) de forma compulsiva, prácticamente sin dormir y andando de un lado a otro de la habitación.

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