- Uno quisiera siempre tener su mano amiga,
Su buen pan compañero, su dulce café, su
Amigo inseparable para cada momento.
Quisiera no encontrar un solo fruto amargo,
Una casa sangrando, un niño abandonado,
Un anciano caído debajo del fracaso.
Pero a veces los días se ponen grises,
Nos miran con miradas enemigas,
Y se ríen de nosotros,
Se burlan de nosotros,
Nos enseñan cadáveres de jornaleros tristes,
De muchachas vencidas, de niños sin tinero.
Se mira uno las uñas, como haciéndose viejo,
Encoge las rodillas para no perecer,
Y nada, nada bueno agita las campanas,
Nada bueno florece en los hombros del mundo.
Entonces es que uno llama al apio y le dice,
Llama al rábano amargo y le dice también
Que esta corteza de hombre debe ser un castigo,
Un paisaje maldito donde el hombre no quiere,
No soporta vivir porque le sorben sangre,
Porque le chupan sangre hasta dejarlo ciego.
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