miércoles, 5 de febrero de 2014

NARRATIVA JOVEN DE MÉXICO: LILIANA D

Presentamos un  cuento de Liliana D.  (Guadalajara, 1993).  Fue finalista del concurso Creadores Literarios FIL Joven 2008 en la categoría de narrativa, y ganadora del mismo certamen en el 2009. Becaria del taller Periodismo Cultural impartido por Jorge Caballero, periodista de La Jornada. Fue seleccionada para el curso de creación literaria para jóvenes de la Fundación para las Letras Mexicanas, sección Xalapa 2013.








Inmutabilidad

Érase una vez una cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una cucaracha.
Augusto Monterroso, “La cucaracha soñadora”.

Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño corto e intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso humano. Estaba tumbado sobre su espalda blanda y, al levantar un poco la cabeza, veía un vientre plano que se alargaba hasta formar dos extremidades que miraban hacia el techo de la habitación. Al final de cada extremidad, había cinco pequeñas divisiones moviéndose, como alguna vez lo hicieron sus muchas patas.
<< ¿Qué me ha ocurrido? >>, pensó. No era un sueño. Su habitación, un auténtico cuchitril, si bien algo pequeña, parecía tranquila entre las cuatro paredes sucias harto conocidas.
Dobló su estómago hasta que la parte superior de su nuevo cuerpo quedó estirada; se dio cuenta de que a cada lado tenía otras dos extremidades, cuyas puntas se dividían también de una manera distinta a las que descubrió primero. Intrigado, movió los dedos, sacudió los brazos, meneó el torso y, en el vaivén de su danza ridícula, cayó de costado sobre la basura y los restos de comida en descomposición que se encontraban en el suelo.
Su hombro derecho ardió de dolor y Samsa soltó un gemido. << ¡Qué se vaya todo al diablo! >> Sintió sobre el vientre un leve picor, bajó la mirada y descubrió una hormiga roja mordisqueando el borde de un agujero que tenía justo en medio del estómago.
La tomó entre sus nuevos dedos y se la comió, descubriendo que el sabor ya no era tan dulce como el de las otras hormigas que solía comer a modo de golosina.         << Esto de levantarse pronto >>, pensó, << le hace a uno desvariar >>. Las cucarachas necesitan dormir. Era demasiado temprano para iniciar la recolección de basura que alimentaría a su familia. Las palpitaciones de su extraño corazón aumentaron al pensar en ellos. ¿Habrán escuchado el golpe de su caída? Lo descubriría pronto.
Fuera de su cuarto, se oía el caminar de varias patas peludas, similares a las que Samsa tenía previamente a su transformación. << Lo escucharon >>, se dijo antes de levantarse descoordinadamente en busca de un escondite entre las hojas de periódico usadas como sábana. De alguna manera, logró trepar de nuevo hasta el colchón y cubrir la mitad de su cuerpo con ellas.
Los pasos se percibían cercanos, entonces, una de las patas comenzó a rasgar la puerta, y la voz de su padre –que a los oídos de Gregorio llegaba gutural y anormal-, llamó su nombre. Se quedó quieto, esperando a que sucediera cualquier cosa, hasta que la puerta fue empujada lentamente.
Al abrirse por completo, observó la enorme figura café de su padre, iniciando con la cabeza y los ojos brillantes, buscando a su hijo, quien permanecía inmóvil debajo del periódico. ¿Lo habrá visto? Su padre comenzó a hablar de nuevo, aún con la grotesca voz que Gregorio ya no comprendía. ¿Qué debía hacer? Estaba preocupado, su familia no aceptaría el cambio y probablemente lo echarían a la calle, donde moriría de frío y hambre entre el mundo de alimañas que existe ahí afuera. Todos esos pensamientos provocaron que Gregorio se asustara más de la cuenta. Se levantó de su escondite y le habló, desesperadamente, como quien ruega por su vida:
<< ¡Padre! ¡Permíteme explicarte! ¡No se comprende cómo le pueden suceder a uno estas cosas! Ayer me sentía yo tan bien. Tú lo sabes. Mejor dicho, yo ayer por la tarde tuve una especie de presentimiento. No sé cómo Greta o madre no lo notaron… Pero, ¡seguro mi malestar pasará tan pronto como llegó! Y entonces podré ir por la comida que tanto nos gusta, es más, traeré incluso otros tres huesos de manzana para ti, porque sé que los disfrutas… >>
En medio de su discurso, Gregorio se vio interrumpido súbitamente por los gritos de Greta, la hermana, quien había llegado a la puerta tras escuchar semejante bullicio. La madre, vieja y enferma, probablemente seguía en cama dormida.
No sucedía nada, Greta y su padre se quedaron inmóviles en el portal de la puerta, observando al extraño que invadía la cama de quien alguna vez fuera hijo y hermano. Gregorio no sabía qué hacer. Afuera, por la ventana, una lluvia matinal nublaba el vidrio con añoranza, despidiendo los últimos estragos del otoño.
Mientras él mantenía la vista perdida en el paisaje, su hermana susurraba discretamente algo a los oídos del otro insecto. Con lentitud, los dos oprimieron sus cuerpos contra el suelo y avanzaron, dando la apariencia de ponerse en guardia para atacar al enemigo. Gregorio no se daba cuenta, seguía observando las gotas que resbalaban sobre el cristal, dejando tras de ellas un pequeño camino de agua.
Las cucarachas se acercaban cada vez más, estaban ahora al pie de la cama y desde arriba sólo se les veía la parte posterior de sus cuerpos. Comenzaron a trepar, irguiendo sus cabezas y una porción del torso. Eran bichos verdaderamente enormes.
Entonces, Gregorio, al sentir el aliento de ellos tan cercano, despertó de su trance y se dio la vuelta para encontrarse con las bocas de sus familiares abiertas, mostrando las tenazas que actuaban en forma de dientes.
Se quedó helado, jamás se había dado cuenta de lo terrorífico que había sido su antiguo cuerpo. Se acercaban cada vez más, ya estaban encima de sus piernas y él podía sentir leves pellizcos en ellas, similares a mordiscos. Llegaron hasta su pecho, donde las cabezas de los animales quedaban a la altura del cuello.
<< ¿Padre? ¿Greta? >>, dijo Gregorio con voz temblorosa. No obtuvo respuesta, era claro que para ellos Gregorio era un completo extraño y, al parecer, un delicioso desayuno.
El hocico de los animalejos se abrió hasta abarcar todo el rostro de Gregorio. Él, pasmado todavía por el terror, se quedó quieto. Después de tensionar el cuerpo unos segundos, Samsa cerró los ojos y padre e hija se lo comieron.

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