La región aporta racionalidad, certezas y confiabilidad para convertirse en parte importante de la solución a una amenaza global
No es casualidad que la red de legisladores de Globo International eligiese a México como la sede de su segunda cumbre mundial sobre cambio climático, que tendrá lugar en el Congreso mexicano este próximo fin de semana (entre el 6 y el 8 de junio).
Quinientos legisladores de todos los rincones del planeta, principalmente de las economías emergentes, le dirán al mundo que sí se puede, que es posible generar un movimiento que ponga los intereses de los ciudadanos primero y apruebe legislación ambiental a favor de un modelo de desarrollo más sustentable.
Dejarán claro que —ante la falta de un acuerdo global— los parlamentos, los gobiernos, la sociedad y el sector privado a nivel nacional pueden ir mostrando el camino.
Muchos de los preocupantes vaticinios sobre los efectos del cambio climático —desde el deshielo de los glaciares hasta el aumento de los niveles del mar—, América Latina los vive en carne propia. Son cada vez más comunes las variaciones extremas en el clima de Mesoamérica y el Caribe, las sequías prolongadas en el Cono Sur, todo ello con impactos devastadores en la agricultura, los ecosistemas y la vida de las comunidades.
La buena noticia es que por lo menos en América Latina no nos estamos quedándonos con los brazos cruzados, a pesar de que los acuerdos globales aún siguen sin materializarse.
En Costa Rica, proyectos de reforestación, nuevas reglas del mercado y campañas públicas hacen parte del encomiable esfuerzo del país por llegar a ser carbono neutral para 2021. En Brasil, las industrias de la silvicultura y el hierro en el estado de Minas Gerais, están cambiando sus prácticas y siendo recompensadas con la primera emisión de bonos de carbono para un proyecto forestal. Mientras, en México, la Ley de Cambio Climático se convirtió en 2012 en una de las más completas y ambiciosas a nivel global.
De hecho, donde quiera que se mire a América Latina y el Caribe hoy en día, sus líderes impulsan iniciativas para mitigar o adaptarse a los efectos del cambio climático. Y así, incluso en tiempos de incertidumbre global, queda en evidencia que la región aporta racionalidad, certezas y confiabilidad para convertirse en importante parte de la solución a una amenaza global.
Actualmente desempeña, por ejemplo, la matriz energética de más bajas emisiones de carbono del mundo en desarrollo (6% en el sector energético), el Sistema de Transporte Rápido más extenso del mundo (asociado con reducción en niveles de contaminación ambiental), y el primer mecanismo de seguro ante riesgos catastróficos para mejorar la capacidad de recuperación frente a un desastre natural.
Muchas de las iniciativas verdes de la región han contado con el respaldo vigoroso de sus legisladores. De hecho, Latinoamérica es la región del mundo que más ha hecho en 2013 en materia de legislación para prevenir o mitigar los efectos de los cambios atmosféricos, según un informe de Globe International.
Se destacan la Ley de la Madre Tierra de Bolivia que penaliza el maltrato de la naturaleza, la legislación para el buen vivir en Ecuador y la ley marco de cambio climático de Costa Rica que, entre otras cosas, garantiza que la materia se enseñe en las escuelas de manera obligatoria.
Muchas de estas iniciativas han contado además con el respaldo técnico y financiero del Banco Mundial. Hemos apoyado el programa de Áreas Protegidas de la Amazonia, que cubre una superficie similar a la de Francia, y que ha logrado que Brasil registre un descenso continuado en su tasa de deforestación durante más de cuatro años.
Ante el fenómeno del retroceso de los glaciares andinos, el Banco Mundial ha establecido con Bolivia, Ecuador y Perú un proyecto regional de adaptación, administrado por la Comunidad Andina de Naciones. Así se podrá mejorar las capacidades de las economías, ecosistemas y poblaciones locales de enfrentar sus inminentes impactos.
Y esto se torna en un asunto de vida o muerte cuando el 97% del PIB regional se genera en países que son exportadores netos de materias primas: petróleo, minerales y productos agropecuarios. Estos recursos podrían reducirse significativamente en menos de una generación de no variar las actuales tasas de extracción o de no adoptarse técnicas agropecuarias más sostenibles.
Los líderes latinoamericanos son conscientes de esta realidad y no están esperando a que sean otros los que den el primer paso para cambiarla. Confían en que otro futuro, más equilibrado y sustentable, es posible para todos los latinoamericanos y las generaciones futuras.
* Jorge Familiar es vicepresidente del Banco Mundial para América Latina y el Caribe.
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