Unos 3.000 fieles han huido de la ciudad en la que quedan entre diez y 20 familias de esa confesión
Es el final de una presencia que precedió varios siglos al advenimiento del islam. Los cristianos de Mosul han abandonado la ciudad tras la llegada de los insurgentes, una amalgama de yihadistas y grupos tribales envueltos en la bandera del extremismo suní. “Quedan entre diez y 20 familias cuyos miembros están muy enfermos o son demasiado mayores para irse”, informa Monseñor Georges durante una misa celebrada en Bagdad.
El resto de los 3.000 fieles que aguantaron la violencia de la última década han huido ante el temor a los milicianos del Estado Islámico en Irak y el Levante (EIIL), la escisión de Al Qaeda que parece llevar la voz cantante en la ofensiva. Aunque surgido en Irak, ese grupo se ha hecho notorio por su brutalidad en la guerra civil siria; en los territorios bajo su control impone una versión literal de la ley islámica (Sharía) que, entre otras cosas, considera que quien no sea musulmán suní merece la muerte.
“Todos los religiosos y la mayoría de los feligreses han buscado refugio en los pueblos de las afueras de Mosul”, asegura Monseñor George, segundo de la Nunciatura Apostólica en Irak.
Será muy difícil que regresen. La mayoría desea vender sus propiedades y emigrar fuera del país. No es la primera vez que se ven obligados a huir. Desde que la invasión estadounidense de Irak en 2003 levantara la tapa del sectarismo, la comunidad cristiana, que llegó a constituir casi un 10% de la población, se ha visto especialmente afectada por la violencia. Quedaban entonces 35.000 cristianos en Mosul y 1,5 millones en todo el país, donde hoy apenas son una cuarta parte.
No tienen ni milicias ni pertenecen a tribus”, explica un embajador europeo. Eso significa que, cuando el Estado fracasa en su deber de dar seguridad a los ciudadanos como a menudo ocurre en Irak, ellos carecen de otra protección. De ahí que su salida del país haya sido constante desde hace unos años. Incluso sin ser parte en la guerra sectaria, fueron a menudo objetivo de los extremistas, que mataron al anterior arzobispo de Mosul y a varios sacerdotes en otras ciudades.
“He leído informaciones sobre la destrucción de estatuas en Mosul. Una feligresa con la que ha hablado por teléfono me ha contado que en la iglesia de Tahira han descolgado la talla de la Virgen María, pero por lo que me ha contado no la han dañado”, cuenta Monseñor George durante la misa.
La de Tahira, o la Inmaculada, una de las iglesias más antiguas de la ciudad, data del siglo VII, y como muchas de la zona está excavada en la roca, varios metros por debajo del nivel del suelo. Más allá de las tragedias personales, la desaparición de los cristianos es una enorme pérdida de la diversidad cultural de Irak, ya que mantenían algunos ritos inexistentes en el resto del mundo como los de la Iglesia Asiria Oriental. Parecido destino sufren otras minorías como los yazidíes o los mandeos.
Portavoces del Gobierno iraquí aseguran ahora que los yihadistas exigen el pago de tasas a los cristianos, una práctica de los primeros tiempos del islam. Algunos de los escapados también han contado que una iglesia armenia resultó incendiada, no está claro si intencionalmente o como resultado del asalto rebelde. Sin embargo, el arzobispo caldeo de Mosul, Emil Shimun Nona, ha declarado desde Erbil, donde se ha refugiado, que en algunos casos los vecinos musulmanes han protegido los templos.
En privado, Monseñor George, un energético sacerdote originario de Kerala (India), se muestra desilusionado con las autoridades kurdas. A pesar de que dicen haber sus puertas a los desplazados de Mosul, “sólo dejan pasar a aquellos con familiares dentro de la región autónoma; a los demás les confinan a campamentos” en los límites con el resto de Irak.
“No nos ha llegado ningún refugiado de los últimos sucesos”, había declarado unos días antes en Erbil el padre Selim, párroco de la catedral católica de Ankawa. “Se han quedado en Kalat o han escapado hacia las localidades del norte [de Mosul]”, explicaba en referencia a la comarca kurda donde está instalado el campamento de desplazados de Khazer.
Cerca de 40.000 caldeos católicos, asirios, nestorianos y de otras confesiones residen en Erbil, la capital del Kurdistán iraquí. Esta región autónoma es el último refugio seguro para los cristianos de Irak. Otras 250 familias viven en Suleimaniya y unas pocas más en Kirkuk.
ÁNGELES ESPINOSA Bagdad
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