lunes, 9 de junio de 2014

Un día con un equipo de vacunación en Sudán del Sur


Los voluntarios de AMREF, la mayor organización internacional sanitaria africana, llevan camisetas con el logo de la campaña: 'Hacer de Sudán del Sur un país libre de polio'



Encontramos a Alison Miyote en la calle principal de Ibba, que no es otra cosa que la carretera que atraviesa esta población cabecera del mismo nombre en el Estado sursudanés deWestern Equatoria, muy cerca de la frontera con la República Democrática del Congo, y que viene desde la capital del país, Juba (12 horas de viaje esquivando baches y atravesando ríos si la altura del agua lo permite), y continúa hacia a la capital del Estado, Yambio (tres horas más de camino).
Alison es el líder de un equipo que va casa por casa vacunando a los niños menores de cinco años contra la polio. Su principal función es asegurarse de que todo marche según lo previsto, que la vacunadora administre las dosis prescritas a los niños, que el registrador anote los nombres en su libreta y marque las casas por las que han pasado y hacer el informe diario al coordinador del proyecto.
Decidimos acompañarle. Nos internamos por una vereda franqueada de maizales y plantaciones de cacahuetes que conduce a un grupo familiar: varias chozas de barro y techo de paja agrupadas en torno a un espacio común. En el camino nos encontramos con el resto del equipo: Monica Amos, la vacunadora que carga con la pequeña nevera donde se conservan las dosis, y Charles Monko, el registrador que lleva en la mano una bolsa de plástico verde en la que guarda la libreta donde escribe los nombres de los inmunizados y las tizas con las que marca las casas. Todos llevan camisetas y gorras amarillas con el logo de la campaña de vacunación que dice: "Hacer de Sudán del Sur un país libre de polio".

Campaña mundial:



El pasado 23 de abril, el Ministerio de Sanidad de Sudán del Sur, con el apoyo de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y UNICEF, lanzó una campaña que tiene como objetivo vacunar a más de 2,4 millones de niños y niñas menores de cinco años de sarampión y polio proporcionándoles, al mismo tiempo, un suplemento de vitamina A. Los últimos casos de polio registrados en Sudán del Sur son de 2009.
Durante las dos últimas décadas se han producido grandes progresos en el intento de erradicar la polio a nivel mundial. En 1988, la Asamblea Mundial de la Salud, órgano decisorio supremo de la OMS, lanzó la Iniciativa Mundial de Erradicación de la Poliomielitis. En aquel momento la enfermedad era endémica en 125 países y alrededor de 350.000 personas, principalmente niños, quedaban paralizados cada año. Gracias a las campañas de inmunización se han reducido los casos en todo el mundo en un 99 %, lo que significa que unos 10 millones de niños se han salvado de esta enfermedad. En la actualidad, la poliomielitis solo es endémica en Nigeria, Paquistán y Afganistán, donde cada vez se registran menos casos.
Las campañas globales de vacunación son muy caras –cuestan mil millones de dólares cada año–, lo que las hace insostenibles a largo plazo. Por eso es esencial erradicar esta enfermedad durante la próxima década, de lo contrario se corre el riesgo de que la poliomielitis repunte y unos 200.000 menores se vean afectados anualmente de nuevo.
La actual campaña mundial está financiada por diversos países y organismos privados. Del conjunto de todos ellos, el máximo donante es la Fundación Bill and Melinda Gates, con un total de 1.800 millones de dólares, la mayoría de los cuales se canalizan a través de la OMS y UNICEF. Estas organizaciones, junto con el ministerio de Salud de Sudán del Sur, han seleccionado a un grupo de ONG con presencia en el país para llevar a cabo la campaña de vacunanción en distintas zonas. En el condado de Ibba, la entidad elegida es AMREF (la mayor organización internacional sanitaria de origen y gestión completamente africanos. El nombre corresponde a las siglas en inglés de African Medical and Research Foundation: Fundación Africana para la Medicina y la Investigación.

No todos están de acuerdo

Acompañando al equipo de Alison llegamos al primer grupo familiar y junto a una de las chozas encontramos a cuatro niños jugando, ninguno de ellos tiene más de cinco años, mientras que por la puerta entreabierta de la misma se escapa el llanto desesperado de un bebé. El jefe del equipo interroga a los menores en zande, la lengua local. Estos responden que sus padres se han ido al campo a trabajar. Me aclara Alison que no pueden vacunar sin los padres presentes, así que Charles, el registrador, anota esto en su cuaderno para acordarse de que tienen que volver y marca la casa con su tiza con el mismo objetivo.
Allí mismo se nos une Musa Jospeh Suwaya, enfermero del centro de salud de Ibba, que visita a los distintos equipos para asegurarse de que cumplen con todos los protocolos. Uno de los menores de la casa presenta una herida en la pantorrilla derecha y Musa, tras examinarle, le dice al registrador que escriba una nota para recordarles a los padres que es importante que lo lleven al ambulatorio para curarle bien.
Nos internamos de nuevo por una de las veredas que nos acerca, a través de plantaciones, al siguiente grupo familiar. Esta vez hay más suerte. Encontramos a Grace Martin, de 23 años y a dos de sus hijos, uno de tres y otro de uno. El mayor, de seis, anda en el colegio. Hace pocos meses que Grace enviudó y ha tenido que regresar a vivir a casa de su padre. Trabaja por horas limpiando la casa de una familia india que vive en el pueblo.
Alison coge en brazos al más pequeño de los dos y Monica abre su nevera azul, saca uno de los botes de vacuna, le quita la tapa y, con mucha agilidad, introduce varias gotas en la boca del bebe, que asustado rompe a llorar. Con mucho cuidado guarda el bote vacío. A continuación, coge un rotulador de tinta indeleble y marca con él la uña del dedo meñique de la mano derecha del niño. Una prueba de que ha sido vacunado. Luego repite la operación con el mayor de los dos. Esta vez es la madre la que sostiene al pequeño.
Mientras, Charles se ha sentado en una de las sillas de plástico que hay en el recinto y ha sacado la libreta donde anota los datos necesarios. A continuación, usando una de las tizas que saca de su bolsa verde, marca la casa. Tras despedirnos de la familia nos encaminamos al siguiente recinto y después a otro y vamos repitiendo la misma operación una y otra vez.
En uno de ellos no se puede inmunizar a uno de los niños, porque tiene fiebre. Musa, el enfermero, discute con la madre y luego me comenta que le había dicho que debería llevarlo al Centro de Salud para que lo examinaran y le dieran la medicación apropiada. “A veces es difícil hacer entender a esta gente la necesidad de buscar los medios adecuados, se excusan en que no tienen dinero, que muchas veces es verdad, pero tienen que hacer el esfuerzo”, me comenta.
Uno de los recintos que visitamos es mucho más grande que los demás. En el centro, sentados en sillas de plástico, hay varios hombres contemplando como uno de ellos repara una moto. Unos seis niños revolotean por allí. Tras los saludos y la explicación de Alison se establece una discusión entre este y uno de los hombres. Todos los demás miran sin decir nada. Observo que Monica solo vacuna a uno de los niños, ayudada por una mujer sentada fuera del círculo masculino.
Tras abandonar el lugar, Musa y Alison me cuentan que el hombre con el que discutían es Zanga, un comerciante con dinero y que por eso se cree superior al resto de los aldeanos. Les ha prohibido vacunar a sus hijos alegando que las vacunas hacen a los niños más débiles y les provocan todo tipo de enfermedades. Han intentado convencerle pero no ha sido posible.
¿Qué se hace en un caso como este?, pregunto. Alison me dice que como líder del equipo tiene que informar al coordinador de la campaña y este visitará a Zanga para intentar convencerlo de nuevo, si todavía se niega a vacunar a sus hijos habrá que alertar a las autoridades locales, las cuales tomarán las medidas convenientes para proteger a los menores. “No es normal encontrar personas que se nieguen, los pocos casos que vemos son fruto de la ignorancia o de la arrogancia de quién se cree que lo sabe todo por tener dinero, como nos acaba de pasar”, añade Musa.
La última visita que hacemos es a la familia de Wilson Khalifa, un abuelo que cuida de dos nietos porque el padre trabaja en Juba y la madre en el pueblo. Se trata de un niño pequeño y una niña que aparece con una peluca vieja sobre la cabeza. Mientras estamos allí se acerca una vecina a visitar. Se llama Silvia Bayaza y trae un niño a la espalda y otro, que tendrá poco más de dos años, la sigue a pie; cierra la fila otra pequeña de unos cinco años. Comentan que está bajo la protección de Khalifa porque su marido trabaja en Juba. El equipo, que conoce muy bien cada caso porque, como comenta Alison, “en este pueblo nos conocemos todos”, decide vacunar a los niños en esa casa, por ejercer en este caso Wilson de cabeza de familia. Cuando la vacunadora intenta suministrar la vacuna a los más pequeños estos se asustan y lloran, pero la pericia de Monica consigue romper su resistencia.
Así nos dan las 16:30, hora de terminar el ejercicio por hoy e ir a comer.

Voluntarios

Los tres componentes del equipo son voluntarios de la campaña de vacunación contra la polio. No reciben ningún salario por este trabajo, solo 20 ssp al día (unos seis dólares) para comida y transporte.
Alison tiene 21 años y acaba de terminar la escuela secundaria. Los años de la guerra le hicieron perder algún curso y por eso, como la mayoría de los jóvenes de la zona, se ha graduado más tarde de lo que le correspondía. Está esperando la oportunidad de continuar sus estudios, para lo que busca alguna beca o ayuda que le permita ir a la universidad, mientras hace trabajo voluntario para la comunidad porque piensa que es necesario ayudar a su propia gente mientras pueda.
Monica es abuela, no sabe su edad y no sabe leer ni escribir, pero desde hace años colabora en todas las campañas de sensibilización o vacunación que se organizan en la zona. Dice que su gente ha sufrido mucho y que están muy olvidados de todos porque viven aislados en una región remota y, además, la guerra se ha cebado en ellos. Ahora quiere que las cosas sean distintas y sobre todo ayudar a reducir el número de niños que mueren en la zona. Se siente orgullosa de su contribución hacia su propia gente.
Charles también es veterano de estas lides, hace años que participa en la campaña contra la polio me dice, pero no me da una razón especifica, solo que le gusta ayudar a su propia gente.
Todos los voluntarios reciben formación durante un día, antes de ser enviados a vacunar. No importa que ya hayan participado en otras campañas, cada vez que se organiza un ejercicio de vacunación tienen que acudir a los seminarios.
Los tres trabajan de 8:00 a 16:30 durante los cuatro días que dura el ejercicio. El objetivo es vacunar 120 niños cada día. Hay seis equipos más como el de Alison para cubrir la totalidad del condado de Ibba, en el cual se estima que vive una población de 54.898 personas de las cuales 11.523 son menores de cinco años. La zona cuenta con una media de 3.078 nacimientos al año.
Este ejercicio de vacunación contra la poliomielitis se repite varias veces al año, para asegurarse que todos los niños del país están protegidos contra ella. El próximo está programado para noviembre.

Concienciación

Tras despedirme de Monica y Charles, Alison y Musa me acompañan hasta el centro de salud de Ibba. En nuestro camino pasamos por el mercado donde encontramos a Rosa Mamarabia que recorre la ciudad con un megáfono hablando de la importancia de vacunar a los niños menores de cinco años y explicando en que consiste el ejercicio para que todo el mundo se entere de lo importante que es proteger a los niños contra la polio y otras enfermedades.
Dice que a veces es difícil convencer a la gente de la importancia de vacunar a sus hijos, pero que poco a poco la idea va entrando y la mayoría de las mujeres llevan a sus hijos al Centro de Salud y siguen el calendario de vacunas marcado. “Además, aquí nos conocemos todos, y si alguna mujer se niega a vacunar a sus hijos ya me encargo yo de hablar con ella”, dice con un tono muy serio.

No solo polio

Cuando llegamos al centro de salud me siento con Gackson Bakoo Charles, coordinador del Proyecto de Polio de AMREF para el condado de Ibba. Tiene 32 años y es nativo de esa aldea. Estudió enfermería y tras trabajar varios años en el Centro de Salud, en 2007 fue al Instituto Nacional de Formación de Recursos Humanos Sanitarios, de Maridi, también gestionado por AMREF, donde tras tres años de estudio se graduó como encargado clínico, un grado intermedio entre enfermero y médico.
Me comenta que no solo coordina las campañas de vacunación contra la polio, sino que también supervisa las vacunaciones generales que todo niño debe recibir durante los cinco primeros años de su vida. Musa, el enfermero que nos ha acompañado por la mañana, es el vacunador del centro de salud y todos los días está disponible para vacunar a los niños que llegan a su consulta. Luego, un día al mes, el equipo se traslada a distintas localizaciones del condado donde acuden las madres con sus hijos para ser vacunados. Es una forma de facilitar el acceso a las vacunas básicas, lo cual está ayudando a salvar muchas vidas en el país que tiene la mayor tasa de mortalidad infantil del mundo, como remarca Gackson
En esa ocasión no se hace puerta por puerta, como en el caso de la polio, porque, me comenta Gackson, es muy difícil transportar las vacunas, las jeringas y todo el material que se necesita para estos ejercicios, por eso hay establecidos puntos fijos por todo el condado para que las madres sepan dónde acudir.

El miedo a la recaída

La firma de los acuerdos de paz de 2005 que ponían fin a la larga guerra de independencia de Sudán del Sur, dio paso a un periodo de estabilidad y permitió que la mayoría de los refugiados por causa de la guerra pudieran regresar a sus aldeas. Esta situación ha sido crucial para erradicar la poliomielitis del país y ha contribuido a que la rutina de la vacunación de los menores de cinco años se instale en todas las familias.
Sin embargo, la nueva crisis que se inició en diciembre de 2013 entre los seguidores del presidente Salva Kiir y los del ex vicepresidente Riek Marchar ha obligado a miles de personas a abandonar sus hogares y refugiarse de nuevo en países vecinos o en los campos de desplazados. Además está en el origen de una alerta de hambruna para los próximos meses. Todo esto hace temer que la situación pueda cambiar y poner fin a los logros conseguidos hasta el momento.
Pero el personal de AMREF y los voluntarios de la campaña en el condado de Ibba son optimistas, piensan que todo el trabajo que llevan años haciendo está dando sus frutos y la zona está libre de polio y otras enfermedades que antes eran endémicas en la región, por lo que no piensan permitir que nadie arruine su trabajo.


 Sudán del Sur



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