sábado, 21 de junio de 2014

La fuerza de los símbolos en el caos de la Copa

El Mundial está siendo una caja de sorpresas, con equipos europeos de estirpe derrumbándose y con los del continente latinoamericano triunfando





La Copa es un caos y una sorpresa”, me dice un amigo carioca loco por el fútbol, y añade: “América Latina está enseñando a jugar a Europa”. Quizás sea más que eso. Una cosa es cierta: diez días después de su apertura, el Mundial está siendo una caja de sorpresas, con equipos europeos de alcurnia desplomándose incrédulos y con otros del continente latinoamericano, por los que pocos apostaban, que constituyen un tercio de las selecciones participantes pero que han conquistado ya la mitad de los puntos en disputa. Tres equipos, Costa Rica, Colombia y Chile, que nunca habían ganado el Mundial, han ganado ya sus dos partidos. Los europeos, con mayor número de participantes acumulan menos victorias, y algunos, empezando por el último campeón mundial, España, ha tenido que hacer las maletas antes casi de empezar.
No sabemos aún como acabará esta carrera de sorpresas, pero está ya claro que como ha escrito Roberto Dias en el diario Folha de São Paulo: “La Copa de Brasil está siendo la Copa de América”.
¿Encerrará ello algún simbolismo particular? Sin duda. Todas las cosas son más de lo que aparecen en superficie y no suelen acontecer por azar. Ese deslucimiento de tantas selecciones añejas de Europa a favor de las latinoamericanas obliga a reflexionar, pues como ya escribió el filósofo francés, Ernst Cossier, el hombre es un “animal simbólico” y sus actos están llenos de significados que van más allá de lo que se aprecia en superficie.
Otro gran filósofo del simbolismo, Gilbert Duran, afirma que lo que integra el “universo de los símbolos” permite descubrir que “en ese caos aparente existe un cierto orden interno”, es decir una realidad oculta.
¿Cuál puede ser ese orden interno que esconde el caos de la Copa que se está viviendo en Brasil donde las selecciones que están sorprendiendo no son, con excepciones, las de la vieja Europa sino las jóvenes latinoamericanas?
A Brasil le ha servido siempre su genialidad en el juego del balón para llamar la atención del mundo sobre un país que ha sufrido siempre un cierto complejo de inferioridad y que arrastra aún en su carne las huellas sangrientas de una dura esclavitud que la marcó dolorosamente y le originó profundas desigualdades sociales.
Hoy Brasil, que ha crecido y se está superando, quizás ya no necesite tanto del brillo del fútbol para aparecer y contar entre los grandes del mundo. Puede aparecer por otros motivos y virtudes.
¿Y los otros países latinoamericanos que están sorprendiendo en este Mundial? Quizás no sea una casualidad que lo que estamos admirando en el juego de estas selecciones es que además de ofrecer un juego más joven, original y dinámico, destacan por el coraje y el esfuerzo de sus jugadores que, gracias a uno de esos simbolismos de las cosas, "no esperan a que les llegue la pelota a los pies, sino que van a buscarla intrépidamente", como alguien comentó en un programa de TvSport.
Ello, junto al simbolismo, no menos importante, de que esas selecciones han llegado a la Copa de Brasil sin los antiguos complejos de inferioridad frente a los europeos, sin miedo y conscientes de su valer y de su valor. ¿No estarán triunfando justamente por haber perdido el miedo al miedo?
¿Será un reflejo de lo que esos países empiezan a vivir también fuera del fútbol, donde están perdiendo viejos complejos y se saben seguros de ser, si no mejores, por lo menos no inferiores a nadie y menos a sus antiguos colonizadores?
Este Mundial ya se había presentado diferente de los anteriores con la sorpresa de que la mayoría de los brasileños hubiese preferido que se celebrara fuera del país. Fue capaz incluso de sentar en el banquillo de los acusados tanto al Gobierno como a la FIFA por el exceso de despilfarro en la construcción de los estadios.
Ahora, quizás, pase a la historia como un nuevo despertar -y no sólo en el mundo del fútbol- de los otros pueblos de este continente americano condenados siempre a ser vistos como de segunda división en el aprecio mundial.
Es posible que caído el telón del Mundial de fútbol brasileño, los filósofos del simbolismo tengan que analizar este caos de una Copa de la que se está diciendo que “nadie está entendiendo nada”. Quizás porque está siendo más que una Copa de fútbol.


http://deportes.elpais.com/

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