La presidenta Dilma Rousseff ha decidido no jugársela de nuevo y blindarse ante cualquier escenario de convulsión social
Un simulacro de ataque químico en el metro de Río de Janeiro. / FELIPE DANA (AP)
Ante el temor que suscita dentro y fuera de Brasil la posibilidad de que se produzcan estallidos violentos durante la Copa del Mundo, el Gobierno de Dilma Rousseff y las autoridades de los Estados que acogerán partidos o concentraciones de las selecciones participantes ha lanzado un mensaje claro: la maquinaria policial-militar ya se ha puesto en marcha y los radicales tendrán poco margen para el uso de la violencia. La exhibición de un potente despliegue de medios materiales y humanos deja constancia de ello: un día se anuncia la intervención del Ejército en la seguridad de los desplazamientos terrestres de los equipos y al día siguiente se presenta ante la prensa un draconiano aparato policial o se realiza un simulacro en el que el Estado exhibe su capacidad de reacción ante un hipotético (y altamente improbable) ataque radiológico en una línea del metro de Río. Todo ello ante las cámaras de medio mundo.
Frente a las incertezas generadas durante la pasada Copa de las Confederaciones, en la que millones de brasileños se tiraron a la calle de forma espontánea para protestar contra sus gobernantes, Brasil ha decidido no jugársela de nuevo y blindarse ante cualquier escenario de convulsión social. Según anuncian los grupos contrarios al Mundial, como el Comité Popular de la Copa, las manifestaciones estarán garantizadas. El Gobierno de Brasilia ha dicho por activa y por pasiva que no pretende reprimirlas ya que son un síntoma claro de salud democrática. Lo que no se tolerará, según la propia presidenta, es la violencia protagonizada por grupos radicales, como los Black Blocs u otros colectivos descontrolados.
Efectivos del Ejército, de la Policía y del Cuerpo de Bomberos realizaron ante la prensa un simulacro de violencia extrema en el metro carioca. Tras una fuerte detonación, los vagones pararon en una céntrica estación con decenas de extras teóricamente afectados por una bomba radioactiva. Las cámaras registraron cómo equipos perfectamente pertrechados con indumentaria apropiada para ataques químicos, radiológicos, bacteriológicos y nucleares evacuaron poco a poco a los heridos virtuales y los sometieron a un proceso de descontaminación radiactiva. El ensayo fue coordinado por mandos del Ejército y en él se emplearon clínicas de campaña y equipos de alta tecnología desplazados al terreno.
Un día antes, la Policía Militar de Río desplegó frente al turístico Pan de Azúcar numerosos efectivos equipados con caballos, perros adiestrados, helicópteros, lanchas, diversos vehículos y uniformes antidisturbios. La fotografía del conjunto fue un claro aviso para navegantes: estamos preparados para todo. Este lunes un contingente adicional de 1.600 policías recién graduados comienzan a patrullar las calles de Río en un avance del imponente despliegue armado que se verá durante el Mundial.
La presidenta Dilma Rousseff decidió la semana pasada que el Ejército se ocupe de proteger a las selecciones y delegaciones presentes en la Copa de las protestas que se puedan producir. La decisión fue adoptada después de que el pasado lunes un grupo de 300 profesores en huelga rodearan el autobús de la selección brasileña, aporreándolo y llenándolo de pegatinas reivindicativas. La presidenta aprovechó la inauguración de una nueva estación del corredor expreso de autobús (BRT) Transcarioca, que une el megabarrio de Barra de Tijuca con el Aeropuerto Internacional Antonio Carlos Jobim, para hacer un llamamiento a la calma social: “Cuando un turista extranjero o de otro lugar de Brasil viene a esta ciudad, siempre regresa con la sensación de haber sido bien recibido. Estoy segura de que la población recibirá a los turistas con cariño, cuidado, respeto y sin violencia”.
La declaración de Rousseff coincide con la publicación de un sondeo de opinión realizado en Río por Overview Pesquisa que arroja datos alentadores para el Gobierno. El 88,2% de los encuestados dicen no tener intenciones de manifestarse en las calles durante el Mundial. El 45,4% de los participantes apoyan la celebración del torneo en Brasil, frente al 39,2% que se declara contrario. En cualquier caso, la pasión por el fútbol vuelve a arrastrar a la inmensa mayoría, ya que el 84% de los cariocas dice tener la intención de ver los partidos.
FRANCHO BARÓN Río de Janeiro
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